Pasaron muchos años, muchos. Todavía sigo guardando sus fotografías en el celular. Aunque lo pensé en repetidas ocasiones, tras charlas con mis amigas, tras sesiones con mi psicóloga, no tuve la fuerza ni la decisión para borrarlas. Sé que de hacerlo, seguro me sentiría mejor. Con el tiempo hasta olvidaría su cara, olvidaría lo que me hizo. Olvidaría, incluso, lo miserable que fui cuando me poseyó. Me gustaría dar una respuesta, algo que hiciera que el mundo me entendiera y aprobara mi acción, pero no se me ocurre nada. Ya llegué al punto en que hasta yo misma me suplico borrar todo. Sin embargo, no lo hago.
Miro, estudio. Su cara. Sus dientes. Su nariz. Su sonrisa. Su mirada. Miro su cuerpo, sus brazos, sus manos. A veces lo miro con deseo, otras con rencor. A veces con bronca, a veces con amor. Nunca lo pude perdonar. A veces me masturbo mirándolo y lo siento como hacer el amor con aquella persona que odias y amas a la vez, con pasión frenética, imparable, intensa, duro. A veces lloro delante de su foto, mirándolo también, como si estuviera frente mío dispuesto a escucharme maldecirlo, insultarlo, rogarle que se quede y rogarle, al mismo tiempo, que se vaya.
¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Por qué vos sos feliz y yo no? ¿Por qué vos pudiste continuar con tu vida y yo no? ¿Por qué a vos las cosas te salen bien y a mí no? ¿Por qué triunfas y yo no? ¿Será porque vos sí me sacaste de tu mente, de tus ojos, de tu vida? ¿Acaso será esa la receta para el avance y el triunfo? ¿Abandonar el nosotros?
No es justo. No es justo dormirse en la oscuridad y despertarse con las alas rotas. Y vuelvo a mirar tu foto antes de cerrar los ojos como aquella vez, esperando, deseando que me vuelvas a romper.
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