Arde mi piel
cuando te pienso lejos,
y sangran mis manos
cada vez que pienso en no volver a tocarte.
Me carcome la idea
de que alguien más
se detenga en las pecas de tu nariz,
o se pierda en tus ojos marrones de Júpiter,
te escuche reír y conozca
la melodía del paraíso.
Me enferma pensar
que alguien más pueda desearte
como yo te deseo,
que sus manos busquen las tuyas,
que se atrevan a acariciar tu piel.
Ojalá fueras solo mío.
Ojalá el mundo entendiera
que hay cosas que no se comparten,
que hay amores que solo pueden
ser devorados enteros.
Pero aunque me arda en la piel,
aunque se me pudra en las vísceras,
tengo que obligarme a dejarte libre.
Libre para elegir,
para amar lejos de mí.
Aunque me arranque tu beso de la boca,
aunque me obligue a seguir,
mi corazón sigue siendo tuyo.
Y sé que, aunque intentes negarlo,
el tuyo aún me pertenece también.
Ahora,
y en la eternidad.
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