Yo, que vivo devota a tu verdad absoluta,
escuchandote fielmente de rodillas,
te percibo como un ángel, hermoso y etéreo,
que ilumina mis noches y calma mi tristeza.
Tu presencia es un bálsamo, sagrada y divina,
como un faro en la oscuridad que mi alma ampara,
y aunque siento que no merezco tu gracia,
anhelo tocarte, aunque pierda la cordura ante la idea.
Tus ojos, espejos de un paraíso inalcanzable,
reflejan la paz que mi espíritu ansía,
y aunque me sienta indigna de tu luz incomparable,
quisiera sentir tu toque, tu esencia y tu cielo.
Déjame tocarte, aunque sea un momento fugaz,
que en el roce de tu piel mi alma encuentre,
un destello de redención en este mundo tenaz,
y mi corazón, al fin, la paz consagre.
Vos sagrado, un deseo hecho realidad,
y yo, humilde mortal, en mis rezos clamo,
que aunque no merezca tal divino despliegue,
anhelo tocarte, sentirte, con todo mi ser mundano.
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