Tiro largo.

...

Matadores.

Desde su puesto, asignado por sorteo, el hombre, traje tipo comando del ejército, rifle de largo alcance con mira telescópica, un machete a lo Rambo, una petaca con algún líquido elemento, espera impaciente el momento. Ha pagado bien caro el privilegio.

Se hace de rogar el trofeo, pero le han garantizado que podrá disparar, que le pondrán a tiro un buen ejemplar.

Ahí está. Ahí, a la prudente, cobarde y segura distancia de muchos metros. Es hermoso. Es bello.

El arma apoyada en el hombro derecho.

Mira despacio, ajustando, afinando, apuntando. No quiere estropear la cabeza. Quedará muy bien en la chimenea. El cazador sabe bien donde ha de ir la bala para acabar con éxito el trance.

Por un instante... ¿Qué me ha hecho a mí esa vida? ¿Por qué necesito finiquitarla?

Pero... Solo ha sido un momento.

El disparo suena poderoso en la mañana en calma. Levantan el vuelo unas palomas asustadas.

Un golpe seco, brutal, un eco que retumba más allá del monte, más allá del instante. La bala no solo atraviesa carne y hueso; perfora también la duda, la grieta de humanidad que se abrió un segundo antes del disparo.

El cazador baja el arma, respira hondo. Un estremecimiento, leve, casi imperceptible. Ha pagado por esto. Lo ha deseado; y lo ha disfrutado. Eso es lo malo.

El hombre camina hacia el cuerpo inerte. Muerto. Lo observa. Es hermoso, sí, a el se lo parece incluso enfangado en sangre. Más hermoso aún de lo que pensaba. Lucirá bien, muy bien en el marco incomparable de la chimenea. Ya lo imagina allí mientras lo enseña a sus amistades, con su copa en la mano, con una parrilla, sobre las ascuas, llena.

Pero ahí, como niebla, está la sombra de la pregunta, la que apenas tuvo tiempo de nacer. ¿Por qué?

Al fin, aparta de sí la duda. Una nueva y gran victoria del hombre sobre el asomo tímido de un buen sentimiento.

¿Como se celebra esto?