Hay un lugar en la ciudad donde la gente va a desaparecer. No a morir, no a huir. A desaparecer. Cuando llegan ahí, es como si nadie los viera. Su piel se torna gris con una textura parecida al papel de un viejo diario. Entre sus células podes leer su antigua vida, la que tenían antes de llegar a este lugar. Cambia su mirada, también. Se ve perdida, mirando el más allá sin mirar nada en concreto. Caminan, chocándose entre ellos sin tocarse, sin siquiera rozarse, sin poder girar a mirarse. En el momento en que posas un pie en ese lugar tan extraño de mi ciudad, todos los que te conocían se olvidan, totalmente, de vos. Todo esto yo no lo sé, lo imagino, porque no hay quien haya vuelto de ese lugar. Es tan recóndito que ni en los mapas más tecnológicos se puede encontrar, ni haciendo zoom con todas tus fuerzas en Google maps. Lo peor es que nunca sabemos quién está allá, pues se borra toda huella de su existencia. Se pudo haber ido ayer, como hace tres años y no cambiaría nada de lo que olvidas. Creo que este lugar tiene un poco de magia, pues te ofrece la oportunidad de morir en vida, y eso, creo, lo hace especial. Muchas veces, sola, mientras veo mi triste ciudad por la ventana, me encuentro pensando, entre miles de cuestiones, si no es posible que yo ya esté en ese lugar y que mi vida se haya borrado como la tinta de un viejo diario, que mojado de llanto me obliga a no recordar.
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