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Tilingueria

aylu

Dec 22, 2025

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Tilingueria
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El tilingo no es una persona. Es una posición política. Una forma de pararse frente al mundo que consiste, básicamente, en mirar a la Argentina con desprecio y al poder extranjero con devoción. No nace de la ignorancia, sino de algo más profundo y más peligroso: la renuncia a pensar desde acá.

Esa mirada no analiza la realidad nacional, la compara. Y siempre pierde la Argentina. Pierde frente a Estados Unidos, frente a Europa, frente a cualquier postal prolija del primer mundo. El método es simple. Se toma una imagen idealizada de esos países, se la presenta como modelo universal y se usa para explicar todos nuestros males. Si allá funciona y acá no, entonces el problema somos nosotros. Nuestra cultura, nuestra gente, nuestra historia. El país aparece como un error de origen.

Por eso esta lógica necesita una frase mágica que cierre cualquier discusión. El pueblo no quiere trabajar. No importa que los datos la desmientan. No importa que millones trabajen jornadas interminables por salarios que no alcanzan. No importa que el esfuerzo no garantice nada. La frase no describe la realidad, la ordena ideológicamente. Convierte un sistema injusto en un problema moral. Ya no hay estructuras, hay vagos. Ya no hay explotación, hay falta de mérito.

El amor por Estados Unidos no es racional, es aspiracional. No le interesa entender cómo funciona ese país ni a quién deja afuera. Le interesa parecerse. Copiar sus discursos, sus gestos, sus soluciones. Cree que repetir palabras en inglés es sinónimo de modernidad. Que privatizar es sinónimo de eficiencia. Que achicar el Estado es sinónimo de madurez. Nunca se pregunta a quién beneficia ese achique ni quién paga el costo.

Esta forma de pensar es profundamente antipopular. No porque odie a la gente, sino porque no se reconoce en ella. Se piensa distinta, separada, un poco por encima. El pueblo es siempre otro. Una masa ruidosa, desordenada, molesta. Algo que hay que educar, disciplinar o directamente ignorar. Por eso cada vez que el pueblo irrumpe en la historia, aparece el miedo. Se lo llama populismo, demagogia o barbarie, según el manual de turno.

En esa cabeza, la Argentina solo progresa cuando deja de ser argentina. Cuando se calla, se ordena, se endeuda y obedece. Todo proyecto nacional resulta sospechoso. Toda idea de soberanía parece anticuada. Toda política redistributiva se vive como un robo. Sin embargo, nunca se cuestiona la transferencia constante de recursos hacia afuera. Ahí no hay saqueo, hay inversión. Ahí no hay dependencia, hay apertura al mundo.

No se trata de ingenuidad. Se trata de funcionalidad. Este discurso prepara el terreno para políticas que profundizan la desigualdad mientras se presentan como inevitables. Si el problema es el pueblo, entonces ajustar al pueblo es lógico. Si el problema es la cultura nacional, entonces borrar la identidad es progreso. Si el problema es el Estado, entonces desmantelarlo es sentido común.

Jauretche lo vio con claridad. No hacía falta un ejército extranjero si primero se colonizaba la cabeza. El tilingo es el resultado final de esa colonización. Un sujeto que defiende intereses que no son los suyos creyendo que así asciende simbólicamente a un mundo que nunca lo va a aceptar del todo.

Quizás lo más trágico no sea su desprecio, sino su fe. Cree que si el país se pareciera menos a su gente y más a Estados Unidos, todo funcionaría. No entiende que esa admiración no es correspondida. Que el centro no necesita periferias ilustradas, solo obedientes. Y que el tilingo, por más que se esfuerce, siempre será extranjero en su propia tierra.

aylu

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