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Volver a la rutina es el suspiro inquieto de las almas que nunca descansan.

Necesitaba escribir lo que me pasa, porque, en la soledad, no hay quien escuche el eco de mi cabeza. (Debería ir a terapia, pero esa historia la dejamos para otro día).

Dejar mi hogar a los 20 transformó por completo la forma en que observo, hago y enfrento la vida.

A veces me siento vacía, y hoy es uno de esos días.

Anhelo perderme en el estudio, sumergirme en las páginas de un buen libro, descubrir una serie que me atrape o dar vida a poesías, canciones, ensayos que danzan en mi mente. Pero algo invisible me detiene, como si la vida misma conspirara para que no avance. Me siento atrapada en los laberintos de mi cabeza, adormecida, congelada en el tic-tac de un tiempo que no fluye.

El reloj sigue su curso, pero en mi interior el tiempo se desvanece, se disuelve. No hay horas suficientes para todo lo que deseo ser, hacer, crear. Entonces me encierro en mí misma, y en esa prisión silenciosa, estoy quieta.

Me desarma imaginar que mi vida pueda seguir así, que a los ojos de los demás también parezca inmóvil, cuando en realidad lucho a diario contra mi misma.

Hoy, al menos, me siento agradecida de haber podido desahogar estas palabras aquí. Estas líneas son todo lo que tengo para simplemente existir. Aquí no soy un nombre, ni un rostro, ni un género; soy lo que escribo. Simplemente, SOY.