"...que pasa aérea y deshecha sin haber sido, entre los sueños de quien no me supo completar."
Fernando Pessoa, Libro del Desasosiego
Anoche soñé que alguien me amaba.
Estaba en una ciudad de Brasil y conocía a una chica de pelo rubio y castaño, con ojos claros y pecas en la cara. Digo «conocer» en el contexto del sueño: en la vigilia esta persona tiene nombre y apellido, y tuvimos una cita mediocre hace cinco o seis años. Nunca más volvimos a intercambiar palabra. Pero en mi sueño éramos dos perfectos desconocides, que se encontraban por primera vez en una calle de Brasil y pasaban todo el día juntes, jóvenes y hermoses. La conexión era instantánea e intensa; el día se desangraba con rapidez mientras caminábamos, charlábamos y nos reíamos. Recuerdo su risa y sus ojos mirándome, esa mirada fija de incuestionable atracción, centrada en las pupilas, que no tiene nada que ocultar y nada que perder. Recuerdo sus manos tocando mi brazo mientras un sol rojo perforaba el cielo naranja en el ocaso. Pasamos todo el día juntes. No recuerdo si hubo un beso, así que es probable que no lo hubo, pero tampoco hizo falta: estábamos completamente desnudes en la mirada de le otre.
De repente era de noche y estábamos en una fiesta, en algún lugar oscuro y con paredes teñidas de azul por una luz extraña. Seguíamos juntes, ya incapaces de separarnos, obnubilados por la magnitud del descubrimiento de le otre. Era tan evidente nuestro encantamiento que una chica se nos acercaba a decirnos que todes en la fiesta estaban hablando de lo lindes que nos veíamos juntes. Era un hecho de público conocimiento: estábamos enamorades. Teníamos todo el futuro por delante, y tuve la infrecuente certeza de que el universo había conspirado decididamente a mi favor. Pocas veces en mi vida me sentí tan completo y feliz.
Entonces me desperté.
En Buenos Aires, en mi cama, solo, con frío, en la oscuridad y pasada la hora de mi alarma. Ni siquiera tuve tiempo de llorar la muerte prematura y cruel de mi amada creación. Se fue con la noche y me dejó a mí, material y viviente, a reconstruir los pedazos de nuestro amor, a intentar retener la arena de su recuerdo que se escurría rápidamente entre mis dedos.
El día prosiguió con su rutina implacable; comenté el sueño con algunes amigues con cierta tristeza graciosa. Recién a la tardé me permití emocionarme hasta las lágrimas por la magnitud de mi pérdida. Ahora, a la medianoche, después de haberme despojado con fastidio de las últimas obligaciones del día, me permito escribirte al fin, para darte el tiempo y el espacio que no llegaste a tener. Vuelvo a crearte, aunque ahora no seas más que unos trazos grises en un papel amarillento. Espero que tus viajes a través de mis sueños vuelvan a traerte conmigo, o que mis viajes a través de tus sueños vuelvan a llevarme hasta vos. Quizás seas vos quien me está escribiendo, en un último intento de preservar el amor fugaz que compartimos mientras dormías.
Sea como sea, al menos me quedarán estas líneas, tu brazo sobre el mío, tu risa y la felicidad casi imposible que me regalaste por unas horas en algún lugar de Brasil.
Anoche soñé que alguien me amaba.
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