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Texto sobre la memoria

Sofía

Jun 16, 2024

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Al cine sola fui dos veces en mi vida: la primera vez, a ver una película sobre la Segunda Guerra Mundial que ponía a Hitler en un lugar ridículo, casi caricaturesco, y no por eso dejaba de denunciar los hechos horrorosos y aberrantes que llevó a cabo éste. La película se llama Jojo Rabbit, y la recomiendo por su originalidad. 

La segunda y última vez que fui al cine sola fue a ver Argentina, 1985, justo el día de su estreno en todas las salas del país. El recuerdo de aquella vez permanece totalmente lúcido en mi memoria. Fue en un cine en el barrio de Belgrano. Afuera había mucha gente. Adentro, en la “antesala”, también había mucha gente. La expectativa que había logrado generar la película era real y se podía percibir muy fácilmente entre todos los que esperábamos la indicación para ingresar a la sala. Una vez que ingresamos, recuerdo haber observado a mi alrededor y pensar en lo maravilloso que era ver que se estaba por proyectar una película de industria nacional en una sala de cine en la que no cabía ni un alfiler. Lo más emocionante, para mí, vendrá después, casi al final del largometraje, pero también debo decir que la razón por la que esa sala estaba literalmente llena, era porque no se trataba de una película random de nuestro cine. Estaba a punto de proyectarse Argentina, 1985, la película sobre el Juicio a las Juntas.

Fueron varios los momentos de la película que hicieron que se me erice la piel. Pero las lágrimas, junto con esta primera acción fisiológica que menciono, no cesaron nunca más desde el momento en que en la película se presentó a dar testimonio en el juicio Adriana Calvo de Laborde, una mujer que fue secuestrada por los militares en febrero de 1977 y que en ese tortuoso contexto dio a luz a su hija Teresa. Luego de parir, le arrancaron la placenta. Acto seguido, desnuda, maniatada y amordazada, la obligaron a que limpiara todo el lugar en el que la tenían secuestrada. Ni siquiera pudo tener en brazos a su hija en sus primeros minutos de vida, lo que es de vital importancia cuando sucede un nacimiento. 

Fue ese el momento exacto, el de su declaración, en el que ya no pude parar de conmoverme hasta que la película terminó. Y pensé en el resto de las personas que permanecían inmóviles en sus butacas. Pensé en que quizá esta parte de nuestra historia -triste y extremadamente oscura- las tocaba de cerca. O quizá no. Quizá les pasaba como a mí, que me sentí interpelada por el simple hecho de tratarse de una parte de la historia de mi país, de las personas que habitaron y habitan el mismo suelo que habito yo. Por el simple hecho de no olvidar nunca, jamás, en ninguna circunstancia, lo que hicieron Jorge Videla, Leopoldo Galtieri, Roberto Viola, Emilio Massera, Armando Lambruschini, Jorge Anaya, Orlando Agosti, Omar Graffigna y Basilio Lami Dozo. Por el simple hecho de no concebir de ninguna manera la idea de saber que mataron, torturaron, violaron, secuestraron y se encargaron de desaparecer a treinta mil personas. Como dije, no concibo esa idea, pero la conservo en la memoria por quienes ya no están en este plano y por quienes no sabemos dónde están ni ellos saben cuál es su lugar de pertenencia porque cuando nacieron fueron quitados de los brazos de sus madres y llevados a familias militares.

Me parece muy importante y más que nunca ver películas como Argentina, 1985 o El Rapto, que la vi anoche y que ahora sé que voy a recomendarla a todo el mundo porque también cuenta la historia de una familia destruida por la dictadura militar y porque por este motivo, sin dudas, se convierte en necesaria. A veces lo audiovisual logra calar ahí donde la historia misma no puede porque no la viviste.

Elijo hablar de esto desde el arte y desde nuestra cultura porque creo que no sé encararlo desde otra mirada. Ahora que la aclaración está hecha, quiero mencionar que en 1969, en su libro Elogio de la sombra, Jorge Luis Borges escribió un poema titulado Cambridge, que en su parte final dice: somos nuestra memoria / somos ese quimérico museo de formas inconstantes / ese montón de espejos rotos. Nosotros, cada habitante de este pueblo, somos nuestra memoria. Estamos hechos de la historia que hace a este país el que es: una tierra con cicatrices de heridas que quedarán para siempre, una tierra de luchadores, de resilientes, de abuelas y madres que desde que les quitaron a sus nietos e hijos, no han descansado en paz ni se han cansado de buscarlos, incluso hasta hoy. Por eso escribo, por eso pienso en el pasado, por eso traigo al presente aquellos años de terror, para que no se pase de largo ni se normalice -por lo menos por hoy- la palabra democracia, a la que se le ha quitado valor e importancia por personas que pisan suelo argentino como yo pero que no lo aman: los negacionistas de los treinta mil desaparecidos, los reivindicadores de la dictadura cívico-militar, los que en el cuarto oscuro, el domingo que viene, cuando estén a punto de votar a Javier Milei y Victoria Villarruel, ojalá, de todo corazón, tengan un momento de luminosidad y piensen en las abuelas y madres que todas las noches se van a dormir preguntándose, tantos años después, dónde está su nieto, dónde está su hijo. Es que no hay manera de que no te pase absolutamente nada con sólo pensarlo, pienso, valga la redundancia. 

Ellas, las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, el  25 de noviembre de 1977 le escribieron una carta a Jorge Luis Borges, a quien cité más arriba y quien encontraba coincidencias en su ideología con Jorge Rafael Videla. Las últimas líneas de esa carta dicen lo siguiente:

Señor Borges, si los hombres no escuchan, si los funcionarios se callan, si la justicia es ciega, usted que vive viendo al hombre por dentro, díganos algo. Lo mejor que tenemos son esos hijos. Sólo queremos que nos digan qué pasó con ellos, dónde están, por qué se los llevaron hace tantos meses que ya se han vuelto años. 

Las madres de Plaza de Mayo queremos oír los ecos que vuelven de este llamado al hombre, al poeta, al hijo. Con todo nuestro respeto y admiración, lo esperamos al pie de este calvario a las 15.30 horas de todos los jueves que nos restan de vida, hasta encontrar los hijos que nos quitaron. 

Tres años después, en agosto de 1980 y aún en plena dictadura, Borges firmó una solicitada por los desaparecidos que rezaba: "Ante la situación de angustiosa incertidumbre por la que atraviesan los familiares de personas desaparecidas por motivos políticos y gremiales, nos solidarizamos -por razones de ética y de justicia- con el reclamo que formulan padres, hijos, cónyuges, hermanos y allegados para que SE PUBLIQUEN LAS LISTAS DE LOS DESAPARECIDOS. SE INFORME SOBRE EL PARADERO DE LOS MISMOS"

Jorge Luis Borges, aunque sea bastante obvio aclararlo, no era peronista, pero sí memorioso. Tanto así, que el significado de la palabra memoria podría ser sinónimo de su nombre. Quienes lo recuerdan no pueden hacerlo sin mencionar la memoria impecable y única que tenía. Y si el mayor escritor argentino del siglo XX, que mantuvo siempre pensamientos políticos muy polémicos, tuvo memoria y las mantuvo siempre presentes en ella a las mujeres que le escribieron pidiéndole que por favor diga algo respecto a sus hijos desaparecidos, nosotros, hoy y el domingo diecinueve de noviembre especialmente, no podemos olvidarlas. Ni a ellas, ni a su lucha, ni a su búsqueda ni a los que son buscados o ya dejaron de buscarlos. No podemos olvidarnos que hay una mujer hija, sobrina y nieta de militares reivindicadora de la dictadura que puede convertirse en vicepresidenta. Y un hombre que dice que no fueron treinta mil desaparecidos con posibilidades de ser presidente de nuestra nación. No podemos olvidarnos. No podemos ni siquiera dejar que sobrevuelen los fantasmas de aquella época sangrienta y de oscuridad de nuestra historia. Por favor, no perdamos la memoria siendo conscientes de eso. Por favor. Nunca más.

No te dejes desanimar

No te dejes matar

Quedan tantas mañanas por andar

La Máquina de Hacer Pájaros, 1977

Sofía

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