Él era hostil, pero aún así tan llamativo que, por más temor que impusiera al llegar, todos aguardaban para verlo. Ella era pacífica, madre sagrada, admirada y cuidada, pero también afligida.
Ella lo esperaba siempre, no había día que no estuviera presente anhelando su llegada. Sabía que, cuando las nubes tiñieran el cielo de tintes grisáceos y lloraran al apreciar la realidad, cuando los demás buscaran desesperadamente un reparo, y cuando el tan egocéntrico viento rugiera marcando su presencia, él estaba por advenir.
¿Por qué era ése el momento el que destruía un pedazo en ella, pero a su vez la hacía sentir tan viva? ¿Por qué, al mismo tiempo, tenía la certeza de que él solo podía fundirse a descansar en sí misma? Por más herida que le hiciera con cada roce, ella se compadecía. Sabía que por naturaleza, su vínculo era perpetuo.
Es así que él, comprendía que siempre volvería a ella, no existía atrocidad que los separara. Odiaba descargarse en su ser cada vez que se encontraban, pero era inevitable. Lastimarla era parte de su esencia, al igual que rendirse a sus pies al final del camino.
Es entonces, que nadie podía entender como un amor tan desequilibrado, feroz y con carencia de bondad, pudiera perdurar una eternidad. Ni siquiera el mar era lo suficientemente osado para protegerla de las huellas tan crueles que él le producía.
Sí, incluso la madre Tierra se deja vulnerar. Sí, incluso el Rayo daña porque no sabe cómo impedirlo.
A veces amamos quien nos daña, a veces dañamos a quien nos ama.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión