vivimos una bendición igualada:
el tiempo,
la cura al sueño en espiral
de la innata muerte
y la sabiduría de sus pasos escarlatas.
pero este tiempo
no es remedio, sino que es vino;
este tiempo es la ternura
frente al hecho decoroso de morir
en un vacío efímero
que ignora la dulce suavidad
del despliegue de la lluvia en los cachetes.
esa ternura eran los abrazos
y con ella el contacto individual de átomos
que reconocieron su importancia
justo cuando nuestros cuerpos mojados
daban otro valor a sus presencias
que aceptaban extrañarse.
la mirada fue silencio y palabra,
fue reflejo del milagro de esta vida.
pero la admiración,
el cariño del fruto contemplativo
y el don del pensamiento que me ofrece experimentar,
lo sentí como una fiebre que quema
y entumece mi corazón
aunque nunca me mata.
como resultado,
el sentido motriz de mis brazos
me mostró que la vida era la ternura
pero la muerte
era nunca experimentarla.
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