Amor mío...
Mi primer impulso, mi primer “yo puedo”, mi primer todo.
Quien me enseñó el verdadero valor que habitaba en mí,
quien me levantó el rostro cuando el mundo me hacía agachar la cabeza.
Fuiste impulso, guía y abrigo en los días más grises.
Me hablaste del coraje, de la fuerza y del fuego que aún no conocía.
Nunca me viste como alguien menor,
ni como un error en el linaje de los que se creen puros.
Me miraste como se mira lo sagrado,
como quien encuentra un refugio en la ruina,
y te atreviste a amar lo que todos despreciaban.
Eras belleza, sí, pero también rebeldía.
Una llama dispuesta a quemar su propio destino con tal de sentir.
Y aún hoy no sé si lo nuestro fue amor…
o la más dulce de las fugas.
Quizá fuimos dos prisioneros que se liberaron entre sí,
dos almas que confundieron escape con eternidad.
Siempre diste más de lo que pude corresponderte.
Tu entrega era tan constante que dolía.
Nunca supe si eras feliz,
porque te escondías detrás de la calma que fingías por mí.
Cuanto más te conocía, más comprendía la verdad:
que amar también puede ser un sacrificio silencioso.
La primera llamada fue aquella tarde,
cuando me presentaste ante quienes jamás me aceptarían.
Recuerdo sus miradas filosas, sus gestos llenos de desprecio,
y tú, protegiéndome sin titubear.
En ese instante supe que nuestro amor no sobreviviría ileso,
pero aun así decidí quedarme.
Aprendí a resistir, a ocultar mis miedos,
a sostenerte cuando el mundo se empeñaba en quebrarte.
Pensé que si éramos uno solo, el dolor sería menos,
pero el peso se multiplicó y terminé por amarlo,
como se ama a una herida que ya no sangra.
La segunda llamada del destino fue cruel:
te arrancaron de mí con promesas vacías,
te impusieron un futuro ajeno, una vida sin voz.
Y tú, obediente por fuera, indomable por dentro,
me prometiste volver.
Pasaron los días, los meses, los años…
Tu voz se volvió eco,
y los ecos, polvo.
Aprendí a mirar al frente,
aunque cada paso me recordara el vacío que dejaste.
Y cuando el tiempo ya casi te borraba, volviste.
Sin aviso, sin permiso.
Con los ojos cansados y las manos temblando,
me dijiste que aún me amabas,
que el recuerdo te había perseguido como una sombra.
Nos reencontramos torpes, desconocidos,
con el alma vieja y el cuerpo dispuesto.
Me asustó el temblor del sentimiento,
la posibilidad de perderme otra vez en ti.
Pero tú me recordaste cómo actuar, cómo no temer.
Te aliviaste al verme que recordaba tus enseñanzas y avanzaste.
Corrí hacia ti como un felino buscando a su dueño.
Pero no te encontré.
En tu lugar estaban ellos, los mismos que nos separaron.
Sus rostros ya no eran crueles, eran tristes.
Me miraban con el arrepentimiento que llega demasiado tarde.
Y supe entonces la verdad que nunca quise imaginar.
La tercera llamada, tan fría como el viento de aquel día.
Me dejaste “libre” a tu manera,
y con tu libertad me condenaste a la mía.
Tú, quien siempre cumplías con tu palabra... me juraste que morirías por mi.
- D. Duality -
Carta II a mi alma
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.


Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión