estos días me toco la cara varias veces,
como quien confirma su existencia:
con la piel seca después de la lluvia.
pero todo es un recuerdo que tiembla.
se desmorona el artificio.
he dicho:
el sol rehúye el juicio
por haberme dejado helada.
no es su culpa.
ni siquiera la mía.
es culpa de una sociedad poeta,
que encierra en versos tangibles
la desafortunada miseria diaria,
que disfraza el vacío con hebras de colores,
con personas que te nombran en cursiva,
como si eso bastara.
me tocó comer de un plato astillado.
y mentiría si dijera
que no hubo intención.
pero lo conocía.
lo conocía demasiado.
fui yo quien lo pulió a consciencia,
quien lo tiñó de negro
cuando aún era un gris vacilante.
moldeé su contorno
durante horas de innecesaria preocupación.
tomaba la sopa tibia de —lo que creí—
una amistad sincera, en un plato playo.
y se derramó.
sentí la cerámica resbalar,
huir de mis manos
con una fuerza inhumana.
se arrojó entre mis pies descalzos,
cubrió el salón,
alcanzó incluso
las rosas secas del patio.
y yo me eché a llorar.
quise recoger cada fragmento,
aunque laceraran mis dedos.
la sangre caía lenta,
como para obligarme a mirar,
para advertirme —sin voz—
que me estaba hiriendo.
pero el dolor llegó recién
cuando fijé la vista en el plato.
y lo odié.
lo odié con esa claridad
que sólo da la pérdida.
por haberme acompañado en tantas cenas,
en conversaciones que creí auténticas,
en sobremesas de abundantes risas
donde el postre era la confianza.
pero de qué sirvió
si se arrojó al vacío,
si me empujó al margen,
si habló mierda de todo lo que le di,
con tal de sentirse más bandeja que plato.
bandeja de barro, eso eras.
irrescatable.
podrido, sin forma.
engullido en tu mundo de pino hueco.
fuiste tan estúpido.
te arrancaste de cuajo
lo único que aún te hacía valioso.
y vas a vivir mintiendo,
mostrándote como lo que no sos.
vas a existir sin entender
por qué todos —según vos— te rompen,
por qué el mundo insiste en decepcionarte.
pero sos vos quien elige el papel de víctima,
una y otra vez.
y sin embargo, en la tienda decía,
en letras mayúsculas brillantes,
que estabas en oferta.
porque nadie quiso comprar
algo que no sirve
para aquello que jura ser.
y yo, mientras tanto,
tengo vidrio bajo las uñas.
lo intento sacar con los dientes,
pero hay fragmentos que se quedan
a dolerte siempre.
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