Hubo un tiempo en el que pintaba. Se me daban bastante bien los felinos, especialmente su mirada. Los ojos siempre tenian la expresión y la luz exacta. Hasta que un día decidí, hacer un caballo. Nunca comprendí porque sentí la necesidad de afrontar el desafío de pintar lo que me parecía tan difícil de lograr. Sin embargo, para mi sorpresa las luces y sombras fueron descubriendo la imponente presencia de un potro a la orilla del mar.
Este acrílico ya tiene veinticinco años. Y hoy vino a mi memoria cuando leí que todos tenemos un animal espiritual según el mes del año en que llegamos al mundo.
Para los que nacimos en junio nuestro animal es el caballo.
El artículo afirmaba que los caballos son animales libres y salvajes y simbolizan la libertad y la aventura. Y qué si eres un caballo, es probable que seas una persona apasionada, que siempre busca nuevas experiencias y desafíos. Que también somos muy independientes y tenemos una gran capacidad para liderar y motivar a los demás.
Cuentan que un animal espiritual es una criatura que se nos aparece continuamente, ya sea en la vida real, en nuestros sueños o en nuestras meditaciones o visiones.
Siempre me cautivaron los caballos. Y entre esas anécdotas de sus niños que guardan los padres, los mìos tenían la de la noche de reyes de cuando tenía un año y medio. Los tres entramos a una juguetería, todos esperaban que la nena se fascinara con alguna muñeca, ninguna llamaba mi atención y de repente comencé a balbucear y gesticular. Mi padre, que me tenía en brazos, me bajò al piso y yo con paso bamboleante pero ligero, sin mirar siquiera las grandes cajas que exhibían esas imitaciones de niñas con largo cabello, ropa de época o moderna y ojos de cristal, seguí hasta el fondo del local, donde con sus cascos pegados sobre un balancín rojo parecía esperarme ese potro de sedoso peluche negro con crines y cola casi doradas. Abracè como pude una de sus patas y ya fue difícil separarme de él. Me doblaba en altura, pero yo lo había elegido y sonreía.
Esa noche, vieron a mi rey mago cruzar la ciudad con un corcel negro bajo el brazo y dado el tamaño de este, imagino, no debe haber sido nada cómodo hacerlo.
El 6 de enero al despertar junto a la cuna me esperaba el amigo que compartiò mis juegos durante varios años de mi infancia.
Tendré que creer en esto de los animales espirituales, porque puede ser también
que aquella tarde el pincel haya dejado en libertad a mi tótem, ese potro que no sabía que existía.
Miriam Rodriguez Roa

Miriam Rodriguez Roa
Soy auxiliar psicoterapéutica (laborterapia y arteterapia). Me encanta escribir y cuando lo hago, sumo mi apellido materno. Son mis raíces y sellan mis sentires en una firma.
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