Lo primero que me viene a la cabeza cuando pienso en un teléfono son esas llamadas basura que llegan al celular. Todos los días tengo al menos dos o tres. A veces atiendo y se escucha el tono como si yo estuviera llamando y después alguien me dice «¿Hola?» y se comporta como si realmente yo hubiera llamado.
Me molestan cuando me llaman y me dicen:
—¿Es usted el señor Miguel Bruno?
Quiero decir, primero dígame usted quién es.
Todavía, cuando leo «teléfono», pienso en esto:

No creo que eso vaya a cambiar en mí. Es algo que viene de la infancia.
Supongo que las generaciones actuales dirán «teléfono» y lo primero que les va a venir a la cabeza es un celular.
El de la imagen es el teléfono más parecido al teléfono que había en la casa de mis padres. El que usé más en mi vida. Después vinieron algunos inalámbricos, de todos los tipos.
Me acuerdo de que tenían un lugarcito para encajar un papel con los números importantes. Llamaba al número que te decía la hora sólo para tener el teléfono un rato en la oreja y escuchar algo. Si mamá me veía me decía que no hiciera eso tan seguido porque cobraban. Me preguntaba cómo hacían para calcular tus llamadas, para saber cuándo lo hacías y todo eso. En esa época (de mis seis a doce años) me sentía bastante incógnito en este mundo.
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Usaba el teléfono para llamar a mis compañeros y amigos. También lo usaba para llamar a mi abuela Nelly. Me avergüenza decirlo, pero creo que no me acuerdo del todo el número de ella, pensar que en una época lo marcaba todos los días, o día por medio. Sólo me acuerdo de los primeros cuatro números.
Pasaba horas, literalmente, hablando con un amigo de la escuela. Hablábamos sobre otros compañeros y sobre videojuegos. Cuando salió la PlayStation 3 y todos soñaban con tenerla, él me llamó y puso una grabación en el auricular diciendo que me había ganado un premio que incluía una Play 3. Fingía una voz de vendedor de Sprayette. Nos hacíamos muchas de esas bromas complicadas, usando el teléfono. La mayoría de las veces, cuando ya no teníamos qué carajo decir, llamábamos e inventábamos una noticia: «¿Podés creer que me acabo de ganar la quiniela?, ¡gané como doscientos pesos!». Actuábamos muy mal las bromas y él otro se daba cuenta al instante, pero la seguíamos, nos hacíamos preguntas para probar la resistencia del bromista.
Un día dejamos de hablarnos. Él me llamaba y yo le cortaba en el instante en que escuchaba su voz. Era porque me había convencido de que era un idiota. Creo que el idiota era yo, o los dos. Quién sabe.
***
El teléfono más viejo que tuve la oportunidad de usar se veía así:

Me acuerdo de una película en la que hacían este chiste:
Un grupo de adolescentes se metía en un lugar con elementos antiguos. Tenían que hacer una llamada urgente, así que uno corría al teléfono que había en la habitación. El teléfono era de disco y el adolescente empezaba a apretar los huequitos como si fueran botones del teléfono fijo más “moderno”.
Ese chiste me parecía un poco trucho, porque había que ser muy boludo para no advertir que eso no eran botones. Parecía uno de esos chistes hechos por un adulto que se siente inferior ante las generaciones más jóvenes u odia a los adolescentes.
La cuestión es que ahora los dos teléfonos son viejos, el de disco y el de botones. Y seguimos.
***
Pienso en este fragmento de un poema de Carver «Miedo al teléfono que suena en la quietud de la noche» y en el inicio de este cuento:
https://www.literatura.us/idiomas/rc_cama.html
Carver tiene más cosas con teléfonos («Si me necesitas, llámame» y «Desde donde llamo»).
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Cuando pienso en teléfonos, pienso en esta escena de Carretera Perdida, de David Lynch (descanse en paz):

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Pienso en el espectacular efecto que tiene el teléfono o la llamada telefónica para la literatura. Cada vez que un cuento o novela inicia con una llamada de teléfono, ya estoy entusiasmado. El misterio me inunda.
Este es el inicio de «Ciudades de cristal» de Paul Auster (también descanse en paz):

Creo que es difícil de superar, pero me vienen a la cabeza otras cosas que leí. Mucho de Bukowski. Bukowski usa mucho el teléfono, como por ejemplo en su poema 462-0614 o en El taladro.
En el cine hay muchísimo también.
Me vienen varias escenas a la cabeza protagonizadas por Al Pacino.
En El Padrino, cuando no se anima a decirle «Te amo» a Kay, por teléfono, porque está al lado de la familia y Clemenza (que después le enseña a hacer albóndigas).
También en El Padrino, cuando Michael Corleone recibe la noticia de que le dispararon a Vito. Está en una cabina de teléfono y le piden que no se ponga nervioso y dice «No estoy nervioso», aunque se lo ve nervioso.
Por último, en Scarface, tengo el difuso recuerdo de Tony Montana preguntando por teléfono si «Elvira llamó» (puedo estar inventándolo).
El teléfono es un buen recurso para el terror. Especialmente si es estrictamente analógico, porque nunca se puede saber con seguridad quién está llamando.
Además de la escena de Carretera Perdida, se me ocurren los ejemplos de Ringu o «La llamada», donde todo gira en torno a los teléfonos (inalámbricos por lo general) y a los VHS. Es una historia que quedó completamente anacrónica.
También las siguientes películas:



***
También es un buen elemento para el terror en la vida real.
Como cuando te llaman en mitad de la noche y te dicen que tienen a tu hermano, que lo molieron a golpes y que lo van a matar si no les entregás todo tu dinero. Después le pasan la llamada a tu mismísimo hermano secuestrado, que llora al auricular como nunca lo escuchaste y dice que hay como ocho tipos amenazándolo y que le rompieron la cara a puñetazos. Entonces, por suerte, dice:
—Me asaltaron y…
—¿Qué?
—Me asaltaron.
—¿Asaltaron?
—Sí, por favor, necesito que mandes toda tu plata a…
Y cortás la comunicación porque tu hermano jamás diría «asaltaron».
O como cuando suena el teléfono y te dan una malísima noticia. La noticia de la muerte de un ser querido. Entonces te podés llegar a confundir, como quien confunde los números del teléfono a disco con botones, y creer que lo cruel de la vida está en un teléfono, en una llamada inesperada.
Supongo que es más fácil convencerse de eso.
***
Una de las mejores escenas de una llamada en el cine:
La foto de portada es de Angeles Gendrot.
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Comprar un cafecitoMiguel Bruno
Escritor y psicólogo. Coordino talleres de escritura. Formo parte de revista GRÜÑE, publicación en formato físico y espacio de resistencia artística.
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