Inmaculada inmundicia.

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Brota el agua salada,

brota fuera de mis ojos,

se desliza con lentitud,

con calma viaja por mis mejillas.

El falso candor de mi semblante te obnubila.

Acaricias mi frente, tus dedos se deslizan

hacia mi máscara; la acaricias, la besas.

Aún soy precioso, ¿verdad?

Soy dulce, soy tierno,

soy bueno. Inocente. Oh, nívea inocencia.

Es la que deseas, la que te excita, ¿verdad?

Mi falsa dulzura, mi falsa pureza.

Me desvistes, te desvistes, me tomas.

Mi virtud, mi falsa virtud.

¿Te gusta el sabor? el escarlata desciende,

desciende por entre mis piernas.

Pero no me inmuto. sonríes,

se ve tan real que te lo crees.

Te crees el primero en proclamarme,

en profanarme. Pero yo estoy infecto,

estoy contaminado desde hace mucho tiempo.

Y yo sé que lo sabes, pero finges que no.

Te gusta pretender ser el primero.

Y me castigas cuando te recuerdo no serlo.

Y yo me disculpo, no porque lo sienta pero

porque el temor avasalla a la desobediencia

y yo temo: cuando me tomas por las muñecas,

cuando me vociferas, cuando las vejaciones se

vuelven palpables en mi cuerpo,

y el registro de tu cólera queda impregnado

no solo en mi cuerpo, sino también, en mi alma.
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