Te extraño más cuando llueve,
porque el sonido del agua cayendo
me recuerda las palabras que no decimos,
esas que se quedan flotando pero igual sentimos,
como el vapor sobre una taza de té, directo a mi rostro.
Cuando llueve, todo se vuelve más lento,
como si tejiéramos con el tiempo, sin prisa.
Tu ausencia no es una herida,
es una habitación sin vida,
donde aún huele a ti sin necesidad de tu presencia.
Amarte, a veces, es como leer a media página,
sin prisa, sin final,
solo con la certeza de que sigues ahí,
aunque no sepas nada.
Te pienso en voz baja,
como quien acomoda los platos
para no despertar al otro.
Te pienso como se piensa en los rituales:
con amor, con costumbre,
con la esperanza de que siempre vuelvas.
Te extraño más cuando llueve,
porque el mundo se siente parecido a ti:
calmo, profundo,
y lejos del ruido.
Y cuando el sol vuelva a colarse por la ventana,
yo seguiré amándote igual…
pero con la lluvia,
te amo como en una escena de Kawakami:
con todo lo que callamos,
y todo lo que ya sabemos.
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