Te besé tanto la frente
que aún recuerdo el sonido que hacían mis labios
y cómo se apaciguaban al rozarnos,
como si el tiempo se rindiera a ese instante.
El olor de tu cuerpo puedo recrearlo tan bien
como si fuera un eco de mi niñez,
una memoria grabada en la piel,
en los días donde amar era nuestro alimento.
No me quedé con nada;
todo el amor que mi ser desprendía
te lo entregué a vos,
sin reservas, sin miedo,
como quien confía su luz a otro corazón.
Te amé tanto,
que ahora te extraño en la quietud,
cuando la casa calla y el alma respira despacio.
Recreo, con ternura, cómo mis manos
te recorrían entero,
mientras tus ojos, clavados en mí,
juraban pertenecerme por siempre.
Siempre encontrabas la forma de volver a mí;
nunca tardabas demasiado.
Sabías la fragilidad de mi corazón,
y llegabas justo a tiempo,
como quien cura sin prometer.
Hasta que un día, fue hora de borrar el camino de vuelta.
Lo hiciste en silencio,
sin despedidas,
partiéndome el alma con la dulzura
de quien se va amando todavía.
Hoy extraño los paseos, las siestas juntos,
los mimos que pedías apenas abrías los ojitos,
la tibieza de tu voz llamándome despacio,
como si el mundo pudiera detenerse ahí.
Hoy, con tu esencia como mi sombra,
te extraño.
Te extraño en las noches y en los amaneceres,
en cada rincón que aún guarda tu risa.
Y mientras el tiempo sigue su curso,
me descubro volviendo a vos en silencio,
como quien vuelve a su hogar,
aunque ya no exista.
Te extraño hoy.
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