Ya no sé nada,
ni siquiera si esto es amor
o solo vacilaciones mías,
un juego cruel de mi mente
que insiste en hacerte el dueño
de cada pasillo que tengo dentro.
Caminas en mí como si fuera tu puta casa,
y hasta mis ojos
se iluminan con tu carcajada.
.
Logré no verte por días,
por semanas, incluso.
Al fin despertaba sin que tu sombra
se colara en mis sueños,
sin que tu risa ocupara la última palabra
de mis noches.
Pero volví a oírte.
Tu risa.
Y me hundí otra vez.
Intenté nadar, salir, respirar.
Pero todo lo que vi fue la luna,
aquella que dejamos olvidada,
flotando como un juramento roto
sobre el agua.
.
Te dediqué un atardecer en la playa,
y ayer también.
Porque me identifiqué con él:
en cómo se desangra
para que llegue la noche.
En cómo la luna,
cansada, se resigna a morir
para que el sol vuelva.
En cómo la lluvia cesa,
dejando un arcoíris marginado.
En cómo yo,
te miraba de lejos,
solo para no apagar tu risa.
.
Quiero que me recuerdes,
que recuerdes mi risa,
mi cabello,
mis palabras,
el modo en que mi nombre
se deslizaba por tus labios,
si alguna vez lo hizo.
Quiero que pienses en mí,
aunque sea fugaz,
aunque sea como un susurro
que ni siquiera entiendes.
Piensa en mí.
.
Ya no sé mucho,
ni poco.
Tal vez no sé nada.
Solo sé que tú no me amas.
Y aun así, aquí estoy,
desangrándome como el atardecer,
resignándome como la luna,
cesando como la lluvia.
Todo por ti.
Todo por un reflejo
que nunca fue real.
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