Recuerdo aún el momento en que te ví.
Siempre eras quién me veía llegar, incluso la vez que llegaste tarde dónde me viste acercarme a vos con un café en mano tratando inútilmente de ocultar mi enojo.
Antes de dormir te veo a vos junto a mi ilusión y el humo de tu cigarrillo que salía de tu boca la primera vez que nos vimos aún merodea en mí. El cruce de nuestras miradas entre la multitud cuando llegué a la estación que me llevaba a tu casa.
Hoy no me atrevo a besar a alguien que lleve la inicial de tu nombre. Rompí mi promesa de que dejes de robarme palabras que podrían ser destinadas a otros amores. Pero me rompí a mi misma pensando en que algún momento sería yo quien te vería llegar cuando lo único que obtuve fue verte partir.
La cita de una poeta que admiró presiona mi pecho: “tu figura prendida fuego no va a correr a mis brazos, no se puede abrazar la ceniza sin que se esfume. Escribo de vos para que no desaparezcas”.
Pero aún así lograste escabullirte en la ausencia y yo no puedo culparte por no poder cumplir mi fantasía. Solo resiento por haberme quedado con el agonizante dolor de tu huída.
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