¿te acordás?

¿Te acordás de las noches de desvelo? ¿Te acordás de nuestra primera vez durmiendo juntos? Cómo reíamos y reflexionábamos sobre un ansiado futuro que veíamos compartido. ¿Te acordás de aquella víspera de Navidad en la que te confesé mis sentimientos por vos? Aún recuerdo cuando, por miedo, me rechazaste y ahí se me rompió un poquito el alma. Pero entre risas recuerdo lo obstinada que fui al volver a buscarte; yo, más que nadie, sabía de ese miedo tan latente que te corroía la sangre.

¿Te acordás de cuando éramos nosotros y nada más? Cuando me hablaste de casamiento como si pudiera tantear un anillo en mi anular, cuando hablábamos de irnos a otro país a prosperar, con nuestros apellidos formando una sola persona. Sentí en mi paladar un sabor que nunca pensé ansiar: una familia.

¿Te acordás? Yo sí me acuerdo, por eso no puedo evitar llorar como una niña ante los planes que nunca serán —quizás nunca fueron—, pero me ilusioné igual, con la esperanza viva de que nuestro amor fuera eterno, de que lo verdadero existiera y de que lo efímero no formara parte de nuestra historia.

Pero también recuerdo que soy joven, y que seguramente planearé ese anhelado futuro en manos de otra persona. Sin embargo, siempre quedará la huella de tu ausencia: tu pelo rizado y tus ojos enchinados habitando como sombra en otro cuerpo que amaré.