Tantas suelas gastadas.

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Historias paisanas.

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Trilla y parva.

En su tiempo hace calor.

El dorado de los campos a hoz sentenciado, llegaba a los alrededores del pueblo, quizás en carro, pero casi siempre a lomos de las mulas, .

El acarreaor, muchas veces un muchacho, de vez en cuando venía agarrado a las cuerdas, colgado a un lado, como contrapeso, porque la carga, por el camino, se habia desequilibrado. Y con el sofoco por la cosa misma y porque quizás, encima del padecer, le hablara mal el amo.

Las explanadas que con los rulos se habían apisonado, se llenaban de cinas con la cosecha. A más abundante, más trabajo.

Era muy particular, ese tiempo que ahora parece tan lejano.

Traya y tábanos.

Las eras con chospe tenían ventaja. Allí se guardaban aperos y cosas necesarias para la faena, pero el lujo era sobre todo la sombra que proporcionaban.

Pocos los ratos, eso sí, para disfrutarla, que era el botijo quien más la gozaba, pero hay un recuerdo en mí que le da otra importancia.

Fue en la era del abuelo Apolonio, la de San Antonio. Año y medio tendría yo más o menos.

Hasta entonces mi ir y venir era un zascaldileo hábil, pero siempre a gatas.

Pan con chocolate a la sombra de aquella choza grande. Acabé la merienda y salí a ver el mundo. Faenaban mis padres y algo harían por allí mis hermanos de cuatro y siete años.

Quizás la memoria sea por lo que me contaron más que por yo haberlo retenido, pero fue que ese ir gateando quizás me quedó pequeño, o me pinché manos y rodillas con pajas y cardos, o que era ya tiempo de sobra. Me puse en pie y di mis primeros tambaleantes pasos.

Y hasta aquí he llegado.