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    Una vez le pregunté si tenía dolor.

    “Si, Niyén, pero lo apago bailando un tango cada sábado. Ninguno es igual al anterior”

    Le contesté que me parecía una poeta. Me contó que le gustaba escribir. Unos días después me regaló un poema. Su tiempo pasaba rápido y el mío era pesado. Jamás se enteró que yo escribía. Era su momento.

    Le gustaban mis ojos. Los suyos no habían visto tantas cosas lindas. Algunas noches venía con mucha hambre. Me daba intriga su mirada. Creo que una vez la vi llorar.

    Una madrugada le dije que no podía darle mi corazón. Se rió, después se fue. Entendía todo.

    Ella estaba un escalón más arriba

    aunque siempre parecía que vivía en el fondo.

    La gente distinta es así.

    Niyén Pibuel

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