Tan solo el instante.

Amor fati.

El árbol, ese con el que contemplé el paisaje, sabe no ser infeliz.

Su horizonte es el que es, y lo imposible de alcanzarlo no es si no evitar lo inalcanzable de otros horizontes.

Quizás resulte extraño.

El árbol simplemente se adapta. En su ladera echa sus raíces y de la tierra se alimenta con lo que en la tierra hay. Más o menos agua, más o menos minerales o cualesquiera sustancia.

Viento, sol, heladas, calor. El árbol es.

Sea esto una humanización improcedente, el caso es que el tronco engorda y se estira y extiende sus ramas. Se hace en su única posibilidad y en cada instante.

Cuando el árbol muere, por el tiempo, la tempestad o el hacha, tampoco se altera, al menos perceptiblemente. Muere y basta.

Fito no puede manejar sus patas traseras. Fito vive como puede vivir sin atender a esa falta.

Como el árbol, se adapta.

Es quizás esa la magia de vivir que no somos capaces de encontrar.

No el conformismo con la esclavitud o con determinadas condiciones adversas, sino, aceptar la lucha contra lo que se pueda luchar y asumir la derrota inevitable que conlleva lo invencible.

Por ejemplo: ¿A qué lamentarse por la muerte que nos ha de tocar?

Nos engañamos cada día con muchas cosas quizás porque no somos capaces de asumir la verdad.

¿Y qué es la verdad?

Según yo lo veo, tan solo el instante.

Así, el momento es como es y sobre él tenemos el derecho de actuar con la idea básica de obtener la felicidad.

Pero hemos de tener cuidado en esa búsqueda, pues no debemos olvidar que cada momento suele traer otro y conviene ser conscientes del respeto debido al instante que sigue a cada instante.

Aprender y aprenderse, superar y superarse, buscar y encontrarse es, quiero afirmarlo, un buen modo de estar, que nos acerca a cada futuro de una manera sensata.

No sé que el árbol sea de sí mismo consciente, pero es, y no precisa otra cosa que ser.

Fito tampoco lamenta su pasado ni sufre por su futuro.

Solo estamos aquí y ahora.