...
La tontá.
A la una, a las dos, a las tres.
El sol sigue su curso sin importar cómo numeremos las horas, y el cambio de horario es solo un ajuste artificial para acomodar nuestras rutinas a un sistema que creamos nosotros mismos.
El problema es la estupidez prepotente; la sociedad se ha vuelto tan dependiente de estructuras rígidas que, en lugar de adaptar las actividades a la luz natural, se prefiere manipular la medición del tiempo.
Creo que lo sensato sería ajustar la actividad laboral según las estaciones en lugar de modificar los relojes; eso tendría más sentido, pero, he ahí el problema, implicaría una flexibilidad que muchos sistemas económicos y administrativos no están dispuestos a aceptar. Manda el Capital, aunque mande mal.
Total que el cambio de hora es otro intento de la humanidad por domar lo indomable, para forzar al mundo natural a encajar en sus rígidos esquemas. Pero, se quiera o no, el amanecer sucede cuando debe, y poco importa el número o el nombre que le pongamos.
Al final, son solo caprichos de la especie, creyéndose dueña del tiempo cuando no es más que provisional pasajera.
Nadie más en la Tierra tiene relojes.
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