En el oscuro porvenir de los momentos en los que soy más frágil y sombría que tenaz ante la inconsistente incertidumbre.
Fría y distante, caigo con ojos vendados.
Ciega y sumergida en el profundo anhelo del olvido de los días vacíos,
pido a gritos el purgatorio de los sentimientos acelerados, saturados de lamentos y desencantos.
Mientras tanto en ningún lado, los mejores deseos se ven ocultos bajo tus ojos.
El cielo, lejos, infunde las nuevas esperanzas manchadas del suplicio de codiciar ese infierno pasado,
que queda en el egoísmo de lo que fuimos,
que ya no somos pero forma parte de nosotros.
Como esa pieza esencial que pone en marcha al flamante ser que nos aguanta del otro lado del abismo.
Allá, es simple escapar a esos instantes en los que me siento valiente y satisfecha,
a pesar del desgaste de lo que fue encontrado en lo que soportamos sin emitir un eco de súplicas,
recontando todo rasto de sentimientos de armonía,
al ritmo de un corazón que sólo acelera en la noche de párpados derrotados por el sueño y la razón alucinada.
Es momento de despertar...
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