Hablo sola.
Me levanto, saludo a mis perros.
Me mueven la cola.
Me responden con lenguaje corporal.
A veces imagino cómo sería el mundo si esto del lenguaje funcionara al revés:
Los humanos comunicándonos, a través de un movimiento de rabo,
gruñendo o mostrando los dientes.
Las mascotas saludándose en la calle.
Hablando entre ellos.
De que el paseo de anoche fue la misma vuelta manzana de siempre.
Del chocolate que nos comimos en el trayecto y no les convidamos.
Pongo la pava para el mate.
Me hierve el agua. Insulto al aire.
Hablo sola.
Vuelvo a cargarla con agua fría.
Me quedo parada al lado de la hornalla.
Sigo hablando sola.
Porque esta mañana hace frío de verdad.
Y me estiro.
Me suenan las vértebras.
Hablo sola porque el agua ya está lista.
Y procedo a desayunar.
Que sólo consiste en tomar mate con cáscaras de naranja.
Hablo Sola.
Leo en voz alta.
El cigarrillo me delata la voz gruesa.
"Algún día pienso dejar de fumar" digo, en voz alta.
Porque recuerdo que estoy sola en casa.
Bueno, sola no, con mis perros.
Pero ellos no me responden.
Asique sigo hablando sola.
Paso el día hablando sola.
Me pregunto.
Hago planes a futuro.
Me respondo.
Tiendo la cama.
Me recuerdo las cosas.
Abro las ventanas.
Me consuelo.
Saco la basura.
Me río en voz alta.
Escribo, prendo un incienso.
Pienso en el pasado.
Me felicito.
Imagino caras.
Planeo cosas.
Hablo sola.
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