Sentada en la cama esperando que las palabras vengan a mí. No hay rituales mágicos alrededor de la escritura, ni mucho menos. Solo el hecho de que tengo que escribir todos los días. Impuesto, obligado y, siempre, necesario para que la costumbre no desaparezca, se me oxiden los dedos y caigan en la desesperación.
El recuerdo de nosotras se cuela en estos espacios de no - lugar. Acá, donde no hay presente ni futuro, sólo el pasado susurrando cosas terribles al oído. Se mezcla con la poesía que he estado escuchando, porque todo el desamor me recuerda a ti. Así, las palabras se ahogan en mis oídos y solo se escucha:
No te veré morir.
No, no te veré morir. El descubrimiento de esa frase me ha dejado tranquila y triste. Lo primero porque nadie desea ver fallecer a su mejor amiga, lo segundo solo devela lo lejana que estás.
No vas a volver.
Pero, es probable, que si me entere de tu muerte. Y me quedaré con todos estos recuerdos acumulandpolvo en la esquina de la habitación. No tendré nunca los diarios que escribimos, no volveremos a tomar bebida juntas, ni escucharé tus audios eternos sobre tu corazón roto.
Sin embargo me queda el consuelo que no te veré morir. Porque, estoy segura, mi corazón no podría soportar verte partir.
Aún no acepto que no estarás.
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