Tres ojos observan desde una altura prudentemente superior a mi cabeza. Hay una niebla espesa rosada amarillas fluor que cubre todo lo que sería el espacio de los huesos. No hay huesos, sólo vacío. Los tres ojos flotan inquisidores, no puedo ser opaca ante ellos. Saben que en ese espacio no existe tal cosa como la opacidad pero sí la oscuridad. Algo se quiebra y de repente soy yo la que flota también. La caída no es mortal, es eterna. Los reflejos mienten, los artistas son todxs unxs mentirosxs, las imágenes están como traslúcidas, como si una fina capa de trasparencia fuera el lienzo y la pintura un recuerdo volátil como todos los recuerdos, la luz se traga las miradas como un agujero negro, lo que brilla ya no se distingue del oro porque todo brilla, ahora cerramos los ojos para ver. Una voz me arropa desde lo profundo y me tranquiliza para no sucumbir a la ansiedad que quiere destruirlo todo, para aguardar mientras caigo y caigo y caigo tanto que ya no hay gravedad, para acariciar mi tragedia nimia y acunarla, para que la caída no se sienta y no la siento, ya no se si caigo o vuelo. Siguen, en algún lugar de ese hueco infinito, los espejos quebrandose uno a uno para no llegar nunca a ser trizas en el suelo, caen o vuelan junto a mí mientras se transforman en destellos de los colores de la niebla y me calientan la cara con un rebote de luz. Anonadada sigo soñando o despertando, ya no tengo idea.
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Rocío Giménez Ferradás
Hola! Soy dibujante pero las palabras son un jardin en el que refugio el pensar
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