Te dejo ir. Me doy cuenta de que no nos hacemos tan bien como deberíamos. Somos un rompecabezas que fue perdiendo piezas a lo largo del tiempo, y ya faltan tantas piezas que ya ni se puede ver la figura.
Quizás en el futuro encontremos algún artesano que diseñe piezas nuevas que encajen como las que perdimos. Que no sean las mismas, porque nada va a ser lo mismo que algo que ya existió. Pero quizás algunas que sean más resistentes para que no vuelvan a perderse.
Es como dejar ir el peluche de tu infancia, que por más recuerdos que traiga, ya no da para más porque está hecho trapos. No se puede remendar. Habrá que conseguir uno nuevo. Uno que ya no sea de seda fina y delicada. Quizás consiga uno que sea de cuero resistente. Que se banque los lavados, las lluvias y los golpes. Que ya no pueda volarse con el viento. Que cuando pase a otra generación aún siga pudiendo contar historias de la vida en la que lo pasó tan bien.
Y que reúna nuevas historias para seguir contando.
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