Sueles encontrarme frío…

Es un viernes helado de junio. Loquero toca en Campana. El flyer dice que el reci empieza a las 22. Sé que no es verdad, pero a mis 17 años la ansiedad ya es un rasgo muy distintivo de mi personalidad y no puedo evitar llegar temprano (muy temprano). El bondi me deja a unas cuadras del teatro, camino rápido y con la cabeza gacha porque el viento duele en la cara.

Llego y me encuentro con la gente amontonada en la entrada, a pesar del frio prefieren esperar en la calle. Me siento en la vereda de enfrente, y noto como los músculos se me contraen cuando apoyo la espalda contra la pared congelada de una casa. Como buen adolescente, un poco irreverente y bastante estúpido, salí desabrigado.

Estoy solo, la espera se hace larga y tediosa. Todavía no hay smartphones, ni twitter, ni wasap, ni nada. Horas frías, densas y aburridas. Es una espera que ya no existe, una experiencia extinta.

Son las dos y recién comienza la primera banda. Unos chicos cool que hacen un hardcore lleno de gritos y distorsiones que me cuestan digerir. Me quedo a un costado del escenario, algo ausente entre tanto ruido.

Ya son las cuatro, y la banda por fin se digna a tocar. El cuerpo de pronto se revitaliza, olvida todas esas horas de espera que parecen nunca haber ocurrido. Estoy listo para el pogo, para los empujones y alguna que otra piña perdida. Estoy listo para sentirme vivo.

El piso de baldosas esta mojado, litros de cervezas desparramados. Me resbalo, y estoy a punto de caerme más de una vez. Quedarse quieto no es una opción, ya habrá tiempo en unos años.

El show termina, se pasa volando. El corazón late con fuerza mientras encaro a la parada del bondi. Pasa media hora hasta que subo, y me siento al fondo. Apoyo la cabeza contra la ventana, el vidrio gélido recibe mi piel. Agarramos la ruta, el sol asoma a lo lejos. Cierro los ojos, y en unos segundos estoy durmiendo. Otro día perfecto.