...
Una ucronía sobre aquello.
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Qué hubiera sucedido si algo de lo acontecido no hubiera ocurrido durante el recorrido de ese bandido.
-Me cago en Dios.
-¿Qué sucede mi Almirante?
-¡La Ostia!
- ¿Qué?
-El Cuerpo de Cristo, ¡joder!
-No le entiendo, señor.
-Tú nunca entiendes nada. ¡Para aquí José Luis!
-¿Aquí?
-¡Joder! ¿Es que no hablo en cristiano esta puta mañana? -Logra decir entre toses y gruñidos.
El chófer frena de golpe.
El Presidente sale del vehículo a toda prisa.
Juan Antonio, el escolta policía, sale también, asustado y sin comprender nada.
-Mi almirante, ¿qué sucede?
Don Luis, encorvado sobre la acera, tose compulsivamente. Se mete dos dedos en la boca. Empieza a ponerse morado.
-¡Don Luis! ¡Don Luis!
José Luis, el chófer, también está alarmado. No sabe qué hacer.
¿Qué saben esos dos gañanes de la maniobra Heimlich si ni siquiera se ha inventado?
Don Luis se desploma y se abre la cabeza contra el bordillo.
Los miembros de la escolta del otro coche llegan corriendo.
-¿Qué cojones...?
-No sabemos nada. Ha ordenado parar el coche y...
-¡Presidente! ¡Presidente!
Aquel hombre no puede responder. Es evidente que se está asfixiando, y, además, sangra como lo que es.
Cuando llegan al hospital, tras haber decidido subirlo al coche y salir pitando, los médicos de urgencias solo pueden certificar la muerte.
El comandoTxikia se quedó esperando al puñetero coche negro que precisamente no pasó por Claudio Coello aquel veinte de noviembre del año setenta y tres.
Las noticias de la muerte fortuita del Presidente del Gobierno al salir de misa, "por un infarto de miocardio", dijeron en los telediarios, les supuso una triste decepción.
Tanto trabajo para nada.
Vale.
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