Soy una mujer que escribe

Vengo a escribir sobre lo que necesito escuchar. Vengo a escribir sobre lo que me compete, porque no puedo hacer otra cosa que usar la garganta para vomitar las injurias que se esparcen por todo mi cuerpo. Las hormigas bien encaminadas, van de fila en fila, como un ejército que apunta sus armas contra lo que soy: una mujer.

Me paro sobre los pies, el tronco, las manos, y todo mi esqueleto construido en bloques moretoneados para pronunciar esas letras. Y le doy la impronta que nunca supe otorgarle y que me hace considerarme como una simple cobarde.

Mi oportunidad en este mundo vino para ser. Ser en las calles, en las marchas, en la poesía, en la vida cotidiana. Te grito a vos, hombre vanidoso, de mucho ello diría Freud, de mucho ego, digo yo. Quiero que te desarmes al saber que jamás te lloré, a pesar de la mutilación. En todo caso, me lloré a mí misma.

Me lloré cuando me di cuenta que no podía hablar de ciertas cosas. Me lloré cuando oí ese comentario que no supe responder y que me hizo dudar de mi propia voz. Me lloré cuando no pude salvar a mi amiga de aquella relación. Le lloré a mis propios prejuicios, a mis propias ideas con las que batallo día a día y que me hacen cuestionar cuánto honor le hago a mi lucha. Me pregunto qué más hay que hacer, discuto con el y “vos más esto” y “yo menos de aquello”. Del y “nada sirve”, del dejemos todo en manos de la historia.

Estamos en una batalla y tengo que aullarlo aunque quiera convencerme de lo contrario. A veces me río, porque me veo como una niña ingenua que quiere transformar el mundo con unos carteles que luego se deshacen y con unas lágrimas que quedan en el olvido. Y me siento una tonta y pienso que por qué escribo. Que qué cambio. De qué digo con todo esto, con este embrollo de puras palabras exacerbadas que no me alcanzan para describir todo lo que vivimos nosotras cada día. Y cuando digo un “nosotras” sé que todas lo sienten desde la piel más pulcra del compañerismo. Y que cuánto cuesta no vernos como enemigas, pero aun así sabemos el esfuerzo incesante que hacemos por arrojar los falsos premios a la basura.

Soy una mujer que escribe. Escribo desde lo que necesito leer. Y quizás a nadie le alcance, y lo siento, pero que sepan que lo intento. Las mujeres que escribimos desnudamos nuestra sensibilidad, pero también honramos la vulnerabilidad. No somos frágiles, ni estamos rotas: estamos vivas en cada mujer que asesinaron. Las desterramos para que se unan al cántico, porque son las musas que nos rescatan cuando queremos levantar la bandera blanca y bajar los brazos. Encarnamos las flores que se hayan en sus tumbas y que florecen nuestras ganas de cambiarlo todo. Porque habrá otra mujer menos, pero siempre un grito más. Por eso escribo: porque aún no llegamos, porque el camino tiene miles de piedras y podemos tenerlo todo en nuestra contra, pero no nos rendimos. Aún no hemos desertado. Aún no nos han vencido.