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    Sororidad de un viernes a la noche

    Dec 12, 2024

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    Sororidad de un viernes a la noche
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    No me di cuenta de que eran casi las ocho y media. Salgo a los pedos. Llego justo. Osvaldo me hace señas con la cabeza con un movimiento brusco sin que se le caiga el pucho apagado que tiene clavado entre los labios. Otra virtud de Osvaldo que compite con la destreza con la que corta la carne, saca la grasa, deshuesa. Tiene a mano dos cuchillos afiladísimos, uno con mango blanco, de hoja larga y fina, el otro de mango negro con una hoja ancha, imponente. 

    Siempre me resultó subyugante ver al carnicero maniobrar la carne. Y me di cuenta de que no sólo a mí me pasa, porque durante todo el tiempo muerto que uno se lo pasa esperando en la carnicería yo me dedico a observar a la gente.  A casi todos les resulta atractivo y no pueden dejar de mirar como quien observa a un cirujano en plena tarea. 

    Osvaldo no habla mientras trabaja. No le gusta. Lo sé porque lo conozco hace muchos años. No es un tipo desagradable, es corto. No fuma en el negocio, pero no puede evitar llevar el cigarrillo en la boca mientras no lo hace. El gusto, el gusto a la nicotina seca en la lengua es mi droga, dice.

    Hay dos tipos delante mío que hablan, evidentemente se conocen por el tono de la conversación a la que llego tarde. Pero no tanto para darme cuenta de que el más gordo, casi pelado, está separado y tiene una hija con “la conchuda” y que el flaco los conoce a ambos.

    Osvaldo está cortando dos kilos de nalga para milanesa. El gordo dice que ni en pedo compra más las hechas, que prefiere hacerlas él, que además le salen mejor, porque él le pone perejil y ajo y ají molido al empanado y con pan viejo, nada de rebozador artificial y que las fríe en aceite muy caliente. Se lo cuenta al flaco, y después gira y me lo cuenta a mí también que estoy ahí parada observándolos. Arqueo las cejas, abro los ojos en señal de asombro y digo ¡ah! que bien.

    Mientras el gordo habla, los dos miran las manos de Osvaldo, el cuchillo, el corte, la pila perfecta que se va formando, fascinados.

    El gordo vuelve a la conversación que interrumpió para pasar la receta de las milanesas.

    ─ Yo no sé si todas las minas son iguales o no, pero lo que sí sé es que ésta conchuda me va a terminar matando ─dice pasándose las manos por la pelada de adelante para atrás.

    ─Pará loco, bajá un cambio ─acota el flaco.

    ─ Es que vos fíjate la última, Mora tenía un cumple de una de las amigas y la piba -bien eh- me dice que todas iban a llevar cerveza porque toman. Viste que los pibes ahora empiezan a chupar en la primaria ─se toma un momento para respirar─. Yo quiero que la piba confíe en mí, la veo poco, viste, entonces le digo, está bien Mora mira yo te compro un pack de Brahma que es la más livianita y la llevas, viste como diciéndole, te banco en esta, a tu mamá nada, porque si no se arma kilombo. La conchuda dice que no quiere que Mora tome para que no salga a mí.

    El flaco mueve la cabeza de lado a lado sin dejar de mirar a Osvaldo en una señal que -interpreto- significa que no está muy convencido de lo que escucha, pero no dice nada.

    El gordo retoma la charla.

    ─La piba chocha, papá sos un grande, el mejor, yo ancho como miga en leche, pero le digo, Mora no te mames, porque si no, no hay más trato.

    Osvaldo termina de cortar las milanesas. Pesa dos kilos exactos y las pone en una bolsa de nylon transparente.

    El gordo no espera que Osvaldo pregunte, le dice y dame bifes de cerdo, esos de ahí, dos kilos también. 

    Osvaldo hace, callado. 

    ─ Y bueno qué pasó, que la piba se mamó como una cuba y en vez de llamarme a mí, la llamó a la conchuda, te imaginas el kilombo que me hizo.

    El flaco se ríe.

    ─Y vos también ─le dice.

    ─ ¿Yo también qué? Déjate de joder Mora cumple quince en marzo. Los pibes de ahora son distintos, hacen todo antes. Yo no quiero enfrentarme a la piba, ya bastante sufrió cuando la conchuda me echó de casa con esa cantinela de que soy un alcohólico. Entonces después de fumarme el kilombo, y las amenazas de que me va a denunciar y la puta que me parió, le digo a Mora, escúchame ¿tenías que llamar a tu madre, justo a tu madre, porque no me llamaste a mí?, y me dice llorando porque me ibas a retar, porque te había fallado papi. Te das cuenta. Me rompió el corazón, te juro. Mira cómo la piba sí se dio cuenta de que me había fallado. Es increíble que una nena casi se de cuenta de algo así y la madre no. Porque para la madre yo hago todo mal, no le transmito valores, nada. Todo lo que ella hace está bien, todo lo que yo hago está mal.

    ─ ¿Y qué le dijiste? ─pregunta el flaco.

    ─Nada le dije, nada. Le dije que la madre es una conchuda eso le dije. La piba lloraba, un desastre.

    Osvaldo termina de cortar, pesa, envuelve, el gordo dice listo. Paga en efectivo. Lo abraza al flaco y le dice que tienen que verse, que lo va a invitar a tomar algo, le dice.

    El flaco le pregunta a Osvaldo si tiene asado de tira y Osvaldo le dice que no, que es viernes y ya está por cerrar, que vendió lo que tenía para el fin de semana. El flaco piensa, se nota que no tiene plan b. Piensa. Al final le pide dos morcillas y seis chorizos de cerdo.

    Paga y se va.

    Quedamos solos con Osvaldo. Antes de atenderme, cierra con llave la puerta y enciende el cigarro. Sabe que conmigo no hay problema. Le da cuatro pitadas intensas al hilo, exhala un humo que en segundos inunda el lugar.

    Antes de que le pida, me dice, increíble lo del gordo, no le basta con lo suyo, también quiere arrastrar a la pendeja, que lo parió. Hay cada uno también. 

    Lo miro absorta. Le pido lo que tenga para poner al horno, cualquier cosa, que me colgué y no tengo nada en casa. Una colita de cuadril te sirve, pregunta, obvio, te la abro así la mechas ¿Tenes ciruelas? me dice, le digo que no, me dice te doy tres o cuatro que tengo acá atrás.

    Mientras Osvaldo abre un agujero entre las fibras de la carne, yo no puedo dejar de pensar en la pobre de la conchuda. Tener que lidiar con un tipo de una naturaleza tan silvestre.


    Silvina Casteller

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