SONÓ LA CHICHARRA y me acordé
de alguna memoria vieja.
Cuando mis manos eran más pequeñas
y mis pies también.
Me desperté en el cuarto del fondo
con la tele de tubo apagada.
La tele de tubo que dejé prendida
la noche anterior
para silenciar el miedo a la oscuridad
o al silencio
que sentía más de joven.
Cuando terminaba la hora de jugar
o de hacer que jugaba
y tenía que dormir.
Finalmente,
con el camisón que dejaba en el placard
de esa casa
que no era mía
pero allí vivía
las tardes más largas, soleadas
y más dulces de todas.
Sonó la chicharra
y descubrí, luego de mucho tiempo,
que la chicharra no era un pájaro,
sino un insecto,
como una mixtura
de un grillo y una mosca
que zumban desde su abdomen
para atraer una pareja
y asegurar su especie.
Pero vibran también,
haciéndonos saber
que el verano hierve
y que alguna vez nos despertaron
en un diciembre más tibio,
donde no había más que hacer
que levantarse a desayunar.
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