Morí. Mas no en la cóncava sima oscura,
pues plumas —no del ave, sí del juicio—
ceñidas me alzaron, fulgor ficticio
de un búho herido en su nocturna altura.
Su sabia sombra, en lágrima madura,
rehusó de la muerte el artificio:
que amor, disfraz de Lete, es sacrificio
de luz que a la ceniza se aventura.
¡Oh néctar que en la púrpura florece
del pecho al alba y luego lo envenena!
¡Oh llama que en cristal se desvanece!
Dulce rigor, que el alma así encadena:
no hay ruina más sutil que la que ofrece
el beso, si en su miel lleva condena.
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