La vida me ha dado el privilegio de una cabeza ruidosa. Pensante. Engañosa. La parte que menos me gusta es esta última, mi cabeza me engaña. A veces me doy cuenta, otras veces no. Las veces que no, son las peores, claro. Yo soy muy convencida, y le creo. Le vuelvo a creer todas las veces como si no la conociera. O justamente porque la conozco tanto me apena no creerle.
¿Es siempre un engaño? ¿O ella me cuenta una historia que también se está creyendo? Las consecuencias para mi cabeza no son las mismas. Mi cuerpo es el puente material a la realidad, y por lo tanto, es quien sufre todas las consecuencias.
Somatización. ¡Qué mala suerte tiene el cuerpo en ser cuerpo! Tal vez por eso se desintegra cuando nos morimos. Caduca por fin su tiempo de hacerle frente a las consecuencias. Descansa y... ¿se pone a engañar? No creo. Pero vive por fin la libertad de una vida (o una no-vida) tan irresponsable como la de no tener una dimensión física que presentar en ningún juzgado.

Lucía
Me animé a publicar cuando leí que escribir, publicar y que te lean es la combinación salvadora. Uruguaya.
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