solve et coagula.

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En estas azarosas condiciones me doy cuenta que mi deseo por un eje tras el cual orbitar no es ni más ni menos que un deseo por la eutanasia. No esa eutanasia legal que se practica en Canadá y en Suecia, donde la gente profundamente enferma de depresión puede morir en una estéril habitación monitoreada por médicos, no, me refiero a la eutanasia para los presos, para los que cometen crímenes federales en tierras húmedas y calientes de la Norteamérica sureña; pienso en Florida, pienso en Louisiana. Merezco mi última comida y la inyección letal. Pediría una hamburguesa con papas. Pediría al cadáver de un hombre envuelto en una alfombra, pero a estas alturas ese cuerpo ya es parte de los sedimentos de la tierra, o se confunde con las heces de las ratas, de puerto a puerto, de container a container.

Ese hombre tampoco estaba vivo cuando yo lo amaba y lo vestía. Debo recordármelo de vez en cuando, que mi eje es la desidia y la cal ardiente, que mi norte es el saturnismo de los pintores intoxicados por el plomo sobre sus lienzos. Probablemente no termine nunca pedir mi última comida porque no iré a prisión por esto, no se va a prisión por esto, y jamás tendré idea de cuál será mi última comida y no de la forma en la que no lo sabía a los dieciocho años, cuando me moría de hambre. Pero de estar en una prisión federal en Louisiana o en Florida, pediría ese cadáver de hombre, ese hombre que tampoco estaba vivo cuando lo amaba y lo vestía. Pediría por él igual y me lo comería, gustosa, gozando, y lo arruinaría todo para siempre.

Es la compulsión más patética de mi vida y la detesto porque no hay manera de no conferir en que es todo un enorme delirio. Un delirio, porque no puedo entender porqué un cadáver no ama, no mira, no existe, y por qué no lo puedo fagocitar. Un delirio, porque estoy rodeada por un aro de fuego y porque hablo en un idioma necromántico y aun así no puedo levantar a los muertos, no puedo. Un delirio, porque por algo tomo antipsicóticos, por algo tomo estabilizadores y por algo tomo antidepresivos. La gente que me quiere me dice que la idea no es tomarlos para siempre y que por eso debo animarme a vivir más, a hacer más cosas, a nunca dejar de moverme. Yo quisiera tomar mis píldoras para siempre porque les llamo las pastillas de la locura y cuando las tomo siento que estoy protegida por veinticuatro horas, protegida ante maleficios y ante apariciones espectrales y diabólicas y también protegida ante los pensamientos compulsivos o la búsqueda del eje. Hay una razón por la cual Richard Ramirez tiene un fandom en Tumblr.com y es de destacar que la mayoría de los seguidores del clan de Charles Manson eran mujeres y que Ted Bundy tuvo una hija en la cárcel. Charles Manson también se casó en prisión y su mujer, apodada Star, ahora está comprometida con el cineasta Vincent Gallo, el de Buffalo 66. Pero yo no quiero amansar fieras ni apodarlas mi amor ni tampoco este síndrome de Estocolmo donde yo soy la única con grilletes y la única con llaves.