Aunque el día se quiebre,
y la luz se haga sombra.
Aunque tu voz se pierda,
y el silencio me asombre.
Aunque la indiferencia
clave su filo, su nombre
en mi carne, en mi alma.
Este amor que me habita,
que no se deshace, que no se rinde,
inmenso, tierno, puro,
aquí, en la sangre, en el pulso,
es solo para ti.
Lo llevo en la piel,
en el hueso más hondo,
en cada aliento que tomo,
en el aire que respiro.
Tu nombre, un latido antiguo,
un eco que no sabe callarse,
que me nombra, que me aspira.
Desde antes de ser yo,
desde la misma noche
en que fui concebida,
mi voz te busca, te sabe, te arde,
te proclama sin fin.
No hay otro camino.
No hay otro mirar.
Solo tu presencia,
mi único lugar, mi única verdad.
La que me basta,
la que me quema,
la que me ancla a este mundo,
la que me salva de todo.
Mi cuerpo te implora,
mi alma te sabe, te da
todo lo que soy, todo lo que fui.
Que tu nombre sea el eco
final, el último aliento.
Tu rostro, la última
luz que mis ojos vean,
la última verdad que me abrace.
Morir de este amor, de ti,
así, sin más, sin preguntas.
Que el fin sea tu nombre.
Que el fin sea tu luz.
Que el fin sea contigo,
y después de la vida,
solo tú.

peregrino
Desde la herida, la palabra. Poesía como un hueso astillado, películas, fantasmas en celuloide, música, un nudo en la garganta. Existir es este temblor.
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