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Solo se escuchan las olas

Enzo

Nov 29, 2024

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Solo se escuchan las olas
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Los niños descendieron de uno de los elevados médanos, donde jugaban cerca a las flores de rayitos de sol. «¡Todos al agua!» gritó uno como si fuera el líder, y los demás le siguieron. El más pequeño fue el primero en correr, llegando hasta las olas que chocaban con plena calma. Solo hizo unos cuantos pasos hacía el mar, pero al darse la vuelta, ya no había nadie allí.

Aun con el sol ardiente, el niño temblaba en medio del agua. Cerró los ojos reiteradas veces, comprobando que la situación era real. Con pánico, respiró hondo y se dijo a sí mismo: «Todo está bien, vendrán a buscarme», sin perder la confianza. Esperó alguna señal, un indicio de que no estaba solo, que había quienes lo llamasen. Sentado en la arena mojada, con las olas mojando su espalda, lo único que pudo escuchar fue el sonido natural de la playa, antes siempre opacado por el cúmulo de personas que vacacionan.

Ocurre que, esta ausencia de muchedumbre enterraba todos los caminos de regreso. El pequeño alzó la vista de izquierda a derecha, sin señales de su familia o de aquellos niños con los que coincidió en el hotel. No sabía cuánto tiempo llevaba esperando, ¿una hora? ¿o tal vez dos? el sol seguía ascendiendo. Decidió avanzar unos pasos, mientras las piedritas le lastimaban los pies, y que se iban hundiendo a medida que caminaba sobre la arena. Con lo justo, dio un saltó hacía atrás, contemplando como la playa arrastraba todas las huellas que probaban que había personas ahí, como enterrándose a sí misma, dejando frente al niño un pozo cada vez más profundo.

Quedó tambaleando al borde del precipicio, por lo que corrió en dirección al mar. No importaba que el agua ya le llegaba al cuello y fluía con intensidad, era mucho más temible lo que tenía detrás. Entonces surgió una ola tan grande como para arrastrarlo hacía la orilla, cayendo en la enorme fosa sin que pueda resistirse demasiado. Sentía el gusto salado hasta por los ojos, la arena parecía absorber su cuerpo, fue todo un desafío ponerse de pie nuevamente. Ahí abajo era como un desierto, o como estar dentro de un oasis reseco, la playa hubiera desaparecido si no fuera por el sonido de las olas.

A medida que avanzaba, se encontró con partes de sombrillas y reposeras esparcidas por el terreno arenoso. Algunos cangrejos se escondían tras las rocas, el niño pensó que podrían estar en su misma situación, sin encontrar a su familia. ¿Qué tan lejos se fueron todos?, o quizás, ¿qué tan lejos se encontraba él?

Cualquier niño suele disfrutar su tiempo a solas, pero ninguno está preparado para estar solo en la playa. En realidad, la noción de estar perdido resulta incomprensible. Se cree que lo abandonaron y solo queda preguntarse ¿Por qué? ¿Qué fue lo que hice mal? ni siquiera gritar por ayuda funcionaba, la fosa era tan profunda que ya apenas se escuchaban las olas.

La planta de sus pies se enrojecía, el sol se posaba en lo alto sin dejar ninguna parte con sombra. De a poco iban cayendo gotas que humedecieron la arena, intentaba llegar hasta alguno de los bordes pero cada vez se distanciaba más, aun cuando intentó correr, la playa se expandía a mayor velocidad.

Fue allí cuando se rindió. Quedó tumbado en la arena, con los ojos entrecerrados para no cegarse por el sol. Mientras todo su cuerpo era arrastrado hacía abajo, el fluir de las olas aumentaba su volúmen. Todo se había vuelto negro, a medida que crecía ese sonido que lo mantenía en aquel lugar que soñó conocer, por mas que ahora solo quiera volver al lugar de siempre. Si por esta vez pudiera escuchar una voz que le haga saber que ya no está solo, no le importaría estarlo por el resto de su vida cuando crezca.

Las olas golpearon una última vez, antes de enmudecer. Un color rojizo traspasaba sus párpados, y el agua acariciaba sus pies. El ruido de la playa volvió a ser opacado, al ritmo de un armónico compás de palmas, sin embargo, el niño seguía escuchando las olas que susurraban el nombre que había olvidado.

Enzo

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