La compañía de esa estresante sensación no me abandona.
Estoy tratando de atraer la ausencia de mis emociones, mas solo consigo desvanecerme en la soledad y esperar a que la sorpresa me rescate.
Me disuelvo en las aguas de la vulnerabilidad, intentando solidificarme con mi entusiasmo, esperanzada al día en que mis miedos ya no existan, y que mi pesimismo falle en sus intentos por amargarme.
El rencor y el odio a mi misma por no sentirme suficiente, obligados a abandonar mi frágil cuerpo, dejando aun un vacío que difícilmente será llenado, mientras mis sueños siguen floreciendo en esta misma realidad.
Y en cada recaída, veo mi vida reflejada. Mis esperanzas lanzadas desde una catapulta, siendo rodeadas por las zanjas cavadas por mis inseguridades, escapando solo en los momentos en los que todo es suficiente y nadie puede herirme.
Un escudo que me protege y hace daño al mismo tiempo con su mismo peso. Que me aplasta cuando mis esperanzas son destruidas, y protegiéndome cuando siento no tener nada mas que la ilusión de que las cosas cambiaran algún día.
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