Somos...
Prefiero ahora no poner calificativos.
Es en las mañanas cuando siento más abyecto el mundo que los humanos hacemos. Debería censurar mi sentir si no quiero desbordarme al escribir.
Pero ser, somos.
Veo a mi padre y lo imagino abandonado en alguno de esos lugares que aparentan ser limpios, diligentes, respetuosos; hasta idílicos. Lo veo así, y en él veo a tantos que, siendo él, viven esa suerte de destino. Me entristece lo que somos capaces de hacernos a nosotros mismos. ¿Qué no haremos entonces con y contra el prójimo?
No me jacto de ser un buen hijo. Nunca mi padre fue un buen padre, y he aprendido a aceptarlo: nadie le enseñó a serlo y, por su cuenta, tampoco puso interés. La mayor parte del tiempo, mis hermanos y yo fuimos para él peones, una carga, un disgusto. Cosas de aquellos tiempos y de aquellos usos.
Hoy soy yo quien gobierna sus destinos. Tampoco siempre acierto: debo educarme cada día para no hacer lo indebido. A veces, lo sé, no atino.
Por cierto, él ya no sabe que soy su hijo. De algún modo, eso facilita la labor: me obedece como un niño obedece a un maestro. Si supiera que soy su hijo, se opondría. Siempre lo hizo.
Más allá de mi caso particular, pienso en los mayores de nuestra civilización. Me resulta evidente la poca empatía que gastamos como especie. Miles de ancianos subsisten en apartaderos más bien o más mal atendidos por extraños. Subsisten, sí. Tal vez reciben una visita familiar a la semana, o al mes... ¿o cuándo?
No hay tiempo para quienes nos dieron la vida y el cuidado necesario.
De hecho, demasiadas veces tampoco hay tiempo para los hijos pequeños, tan bonicos. ¿Cómo va a haberlo para un anciano?
Guarderías y asilos: de donde venimos y hacia donde vamos.
No nos damos cuenta de que lo que damos hoy es lo que recibiremos mañana.
Así como nos creemos seguros en nuestras vidas de acomodo, nos creemos también indomables.
Mi padre estuvo muchos años bien y nadie hubiera podido gobernarlo; pero, si no morimos, llegamos.
Mirar la vejez en tantos lugares es mirarse a los propios ojos de mañana.
Miradas tristes, apagadas, sin esperanza. Resignadas.
Allá vamos, y hoy, con nuestro hacer, ese camino, deprimente, es el que allanamos.
Como sociedad, fracasamos.
---
"Miro pasar las horas como quien ve secarse una flor que no volverá a brotar.
No me duele tanto la soledad como el olvido.
Antes fui fuerza, fui sostén, fui voz. Hoy soy un murmullo que apenas escuchan. Un lamento del que nadie se ocupa.
No guardo rencor, porque aprendí que nada es eterno, ni el amor, ni la memoria.
Solo me duele ver cómo se alejan, ocupados en vivir, sin saber que ellos también llegarán aquí, a este banco de espera donde ya no se aguarda nada.
A veces, cuando cruzan la puerta para una visita corta, los miro como un padre mira a un niño: sabiendo que no entenderán hasta que sean viejos. Que aprenderán cuando ya sea debasio tarde.
Y sonrío. Porque sé que sobran mis lamentos y pronto llegará mi descanso."
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.


Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión