El olor del perfume se mezcla con el vino, qué cosa rara, Sol. La uva, la naranja y el terciopelo (ponele). No sé muy bien por qué, pero me encanta; también me encanta esa forma tuya de agarrarme la mano, entrelazando los dedos como si fueran dos frases que no quieren terminarse.
Sé que no hay luz, que tenemos que bajar la escalera a oscuras, sé también que tenés miedo, pero prefiero pensar en la confianza. Son dos años sin vernos y, sin embargo, me agarrás dedo por dedo, vas entretejiendo estas angustias para vagar por la penumbra.
Y si te caés, ¿vos pensás que puedo frenarte? Y si me caigo y te llevo conmigo, o te llevo y me caigo yo, o todo eso al mismo tiempo, un desorden perfecto, un tropiezo en cámara lenta. Zigzagueamos, rezamos algo torcidos —quizá un reflejo— y ninguno tiene idea de nada, ni siquiera de cómo llegamos hasta acá, ni por qué se cortó la luz justo ahora, justo por sobre nosotros.
De golpe, un destello breve, violento, un relámpago que arrancó por los aires todas las lámparas del camino, como si el mundo necesitara pestañear para recordarnos. Y en ese instante —tan breve y tan exacto— nos vimos de frente, reflejados en (nos)otros, a tal distancia que solo así pudimos reconocernos en la mirada ajena.
Te oí respirar distinta, tantear el aire, buscar el borde de algo que no sabías si era suelo o final. Habíamos tocado fondo y ahí estabas, con la mano en el picaporte mientras tanteabas ansiosa; por suerte, la puerta estaba sin llave, y la abriste con la inocencia desbordada pensando que necesariamente, al otro lado, encontrarías la luz.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.

Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión