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Sobre la vida...

Ruslana

Nov 21, 2025

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Sobre la vida...
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Cuando era chica tenía muchas ganas de ser adulta. Creía que, a cierta edad, la vida se volvía más fácil. Veía a mis padres y cómo todo en sus manos parecía liviano, cómo los problemas no parecían problemas porque se solucionaban como por arte de magia y, si bien había algunos momentos oscuros, siempre tenían la manera de traer luz (y, sobre todo, risas). Quería ser como ellos: tener una casita, un amor y un perro. Eso permaneció así durante bastante tiempo.

En la adolescencia, la casita, el amor y el perro se veían distantes. Un recuerdo cajoneado. Había otras prioridades. Los días parecían montañas rusas, siempre una distinta. Todo me daba vértigo, convivía con una sensación en la panza parecida a como si millones de mariposas revolotearan ahí dentro. La aventura se vestía de noche, yo elegía mis mejores prendas y con mis labios rojos, solo había fiesta. Me sentía invencible.

Un día, el amor tocó mi puerta. Impensado e insaciable. Rápido y apasionado. Nada podía separarnos, ni siquiera la distancia. Mi corazón viajaba 800 kilómetros todos los días a través de un “enviar”, hasta que no aguanté más. Ansiaba tanto el tacto de sus manos cuando no estábamos juntos que después de hablar y hablar, armé las valijas y compré solo un vuelo de ida. Me despedía de mi casa, de mi rutina, de mis amigos, de todo lo que conocía para reencontrarme en sus ojos marrones, esta vez de manera permanente. Me parecía increíble (y un poco triste) que toda mi vida entrara en una valija y una mochila, aunque saber que con esa parte mía empezaría a construirme de nuevo, con un otro, que era ESE otro, MI otro, me llenaba de esperanzas.

La libertad duró una quincena. El mundo se sacudió con la pandemia y, de repente, nos vimos conviviendo en cuatro paredes. Para mí, que ya había salido y ya había bailado lo suficiente, me parecía idílico. Encerrados los dos, en nuestro mundo, sin saber hasta cuándo. Hubo risas, hubo llantos. Hubo traiciones y desilusiones. Pero tenía dos tildes en la lista: un amor y una casa. Todo lo demás me parecía minúsculo. No iba a dejar ir mi sueño. No iba a dejar que nada destruya mi fantasía. De todas maneras, la cajita de cristal se rompió y un velo cayó de mis ojos. Esa vida perfecta que veía en mis padres y que creía estar consiguiendo, era producto de mis expectativas. Al principio, no voy a negar que la realidad me chocó como un tren sin frenos. Costó entender, procesar y aceptar que así es la humanidad. Estamos hechos de errores, de miedos, de vulnerabilidad; y todos transitamos este mundo descifrando, paso a paso, qué es lo que estamos haciendo acá.

También hubo muertes. La muerte fue algo recurrente a lo largo de los años para mí. Por eso, me asusta. Sin embargo, la entiendo y la acepto. Lo cual no quiere decir que no me afecte. Que mi abuela haya dejado este plano sorpresivamente en el encierro me dejó en desconcierto y me sumió en la depresión. Por un momento (bastante largo) me vi envuelta de oscuridad y niebla. No había futuro, no había luz al final del puente.

Hasta que una estrella cayó del cielo y me curó la ceguera. Una estrella marmolada, con cara larga y cuatro patas. Le pusimos Pandora. Como la de la caja. La historia de la diosa puede parecer un tanto negativa como para usar su nombre para nombrar a algo tan puro y dulce como mi galga pero lo cierto es que, si bien Pandora abrió la caja a pesar de la advertencia de Zeus, y desató los males del mundo, al fondo encontró la esperanza, la única virtud que quedaba para ayudar a la humanidad a sobrellevar las calamidades, y eso fue y es ella para mí. Mi esperanza. Pandora me sacó de la cama. Ella necesitaba de mí tanto como yo de ella y así, de a poco, las dos nos fuimos recuperando a nosotras mismas, despacio y con paciencia.

Pasaron unos años, algunas situaciones económicas me fueron drenando. No obstante, la vida parecía ir sobre ruedas. Tenía un amor, una casa y un perro, todo lo que siempre quise. Hasta que, como se suele decir, después de la calma, viene el temblor. Otro sacudón. ¿Qué pasó con mi amor? Por un momento, creí que él había encontrado un lugar en otro corazón y otra vez, el castillo (claramente de naipes) se derrumbó. Y así, todo comenzó a ir cuesta abajo: no solo ya no tenía mi amor, sino que el amor del que aprendí también se rompió. Mis padres se divorciaron y, sí… capaz teniendo 30 años no debería haberme dolido tanto, al fin y al cabo, siguen siendo mis padres y eso nunca va a cambiar. Pero algo de la estructura, algo de la idealización, bajarlos del pedestal, el entenderlos humanos igual que yo, fue difícil de procesar. Adentro de mí, las que alguna vez fueron mariposas, de repente eran gusanos malvados, hambrientos, llenos de rencor. No existía veneno suficiente para acabar con esa plaga grotesca que me comía por dentro. Estuve así mucho tiempo, hecha piel y huesos.

Con ayuda de las palabras, y alguna que otra medicación, finalmente el número de gusanos decayó. Tardó un tiempo… dos veranos, para ser más precisa. Algunos quedan dentro todavía, un poco me amigué con su compañía. No sabría quién ser sin ellos. Se alimentan de mí, y quizás yo un poco de ellos. Los dejo ser, por momentos. Se apoderan de mí y liberan sus toxinas a través de mis dedos. Mi psicóloga me dice que es tiempo de dejarlos morir y, no voy a mentir, un poco me cuesta porque ya son parte de mí. Quizás en unos días, en unos meses o quién sabe cuándo, pueda devolverlos a la tierra pero, mientras tanto, puedo decir que tengo todo de vuelta: un amor, una casa y una perro.

Ruslana

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