señor, he ido con cautela, bebido el trago de palabrería que corroe mi garganta y amasado entre mis dedos la duda existencial. ¿es ésto un prueba?, he cuestionado y afirmado un par de veces, con el cuello preso contra la almohada, mientras él en mi oído proclama robarte el puesto de mi fe ciega.
que las marcas de mi cuerpo sean la evidencia de que no soy pecador, sino humano curioso y, tras la semilla de inquietud que en mí yace, probé su boca para saciar la necesidad de untar mis dedos trémulos en parte del cielo, asegurándome el lugar a sus pies y el abrigo del paraíso.
le creo, señor. cuando desde lo alto mira y con las pupilas comiéndose al iris me arrodilla y reinventa. omnipotente, omnipresente, con la sonrisa jocosa antes de invadirme el cuerpo.
"yo soy dios", susurra y agasaja el abdomen. me limpia la culpa y las dudas con paños húmedos, pero la estela invisible permanece atada en mi sangre. fija sentencia en mi frente con un beso casto cada noche...
y entonces le creo.
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