El deseo de consumir todo lo bello es un impulso cotidiano, y es en él donde renazco, día a día, en el alma de todas las personas. Es un deseo humano, nacido del fuego en el corazón, y lo entiendo como la palma de mi mano, simple, eterno, fulgurante. Y tal como ese mismo fuego, consume y quema todo a su alrededor, destruye sin piedad. Es eterno, pero no es constante, y deja atrás cenizas y arrepiento. De él me alimento, con él crezco, y aún cuando los restos de humanidad en el interior intentan apaciguarme, intentan sanar el alma, yo siempre existo, y siempre lo haré, pues nadie ha logrado librarse de mí del todo, jamás, no realmente. Soy las brasas que aguardan su renacer para arrasar con todo otra vez, una vez más, por siempre.
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