Sueño con el exilio.
Me exilio sobre la hoja. Sueño un mundo diferente.
Al menos un yo que es diferente. Que siente que la vida es liviana, e indefinida, como el horizonte.
Que queda mucho del camino y del mundo, allí delante.
Que hay mucho por hacer, por escribir, y todo ello es profundo y lento. Humilde, sereno;
como esa mirada que surge y permanece por sentir sobre este mundo
(mucho, y mucho tiempo).
Reniego del dolor. Sueño con el exilio.
Reniego del dolor. No de la vida.
Sueño el exilio del dolor, de la vida monótona y mental, de los caminos cerrados, de la pérdida,
del cúmulo pequeño de fe con que se implora y besa la frente de gente incorrecta;
de la torpeza humana de caer en los laberintos del egoísmo.
Reniego del dolor. De su aprendizaje.
Mi más grande maestro, para ver.
El dolor que abre paso, desgarra, con la fuerza necesaria, que ninguna otra materia, de otra naturaleza, podría jamás.
El dolor: La ida. Un lenguaje de la mirada.
El anclaje más fuerte contra la tierra.
Mi pulsión al desborde, a la hoja. A la vida.
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Ludmila
Escribo la vida para que haya algún testigo. Escribo todo para ahuyentar la nada. Para saber perder. Escribo para hacer suave la catarsis del alma. Escribo.
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