Un acto sin prisa, una urgencia que no reside en el tic-tac,
El amor es la inmersión en un pozo sin fondo, un pacto
Con la perpetuidad del gesto, no del objeto.
No es la flecha de un Cupido concreto, sino el dialecto
Que la existencia usa para gritar su carencia, su vacío.
El martirio no es por el nombre esculpido, ni el estío
Que la presencia de un cuerpo amado promete al alma sedenta.
El suicidio metafísico que la pasión alimenta
Es por la grieta ontológica que se abre bajo el pie,
El amor como espejo cruel que revela qué
Somos en la esencia: pura indigencia.
En esa desnudez abisal, no de piel sino de ser,
Donde el yo se asume un hueco, un simple deber
De llenarse, se encuentra la meditación sobre el ser.
La miseria que el otro irrumpe y expone a plena luz del día
Es la constatación de la conciencia del final inevitable del existir individual,
Una falta estructural, un destino inhumano
Que solo en el vínculo, en la mirada que nos acoge y nos nombra,
Halla un simulacro de plenitud, una tenue sombra
De eternidad.
El desamparo es el punto de partida, no la estación final.
Es el reconocimiento de que somos, en lo fundamental,
Fragmentos, islas a la deriva en un océano de azar.
Y el amor, ese acto sin importancia que elegimos ejecutar,
Es la única, la irracional y noble locura,
Que intenta anudar lo que estaba roto, buscar la cura
En la herida compartida, en el mutuo reflejo de la nada.
Amar es la prueba de nuestra incompletitud no deseada,
Y la respuesta existencial a la futilidad, un grito
Que declara: Soy porque me faltas, y en este infinito
vacío, solo tú, mi otro, puedes ser
el puente hacia la totalidad.
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