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    Sobre correr. Parte I: El trauma no es el destino.

    Abr 17, 2024

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    Sobre correr. Parte I: El trauma no es el destino.
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    El trauma no es el destino.

    Durante los últimos años me he esforzado por descubrir de dónde viene mi gusto por ciertas actividades y las habilidades que pude desarrollar y también las que no. Por ejemplo, mi repele a las matemáticas, no se debe solamente al enfoque poco estimulante con el que nos enseñan pensamiento matemático en las escuelas, se debió también a las pocas horas que le dediqué al estudio en clases, pero no por mi omisión. En la escuela atravesé por varios cambios de maestros en la asignatura y perdí varias de horas de estudio. Una vez que debía dominar conceptos más complejos, me fue bastante difícil hacerlo porque resultaban tareas sumamente complejas y además la atención de los maestros se centraba en aquellos que ya comprendían y podían dar los siguiente pasos, lo cual me dejó en estancamiento.  

    Por otro lado, mi gusto muy temprano por leer y escribir lo atribuyo a ese contexto favorable al que estuve expuesta, leyendo materiales de lectura siempre de mi interés y teniendo a mi lado a una mamá que dedicó tiempo y con ternura acompañó mis noches con cuentos e historias que creativamente inventaba para mí. Solía visitar la biblioteca de la escuela o de mi colonia con frecuencia y leía todo lo que quería. Mis maestros me confiaban y animaban a recitar poemas frente a toda la escuela durante los honores a la bandera; escribía cartas a mi mamá y a todos a quienes quería, así me di cuenta que era una manera de decir lo que pensaba y sentía. Pronto, me tomaría muy en serio el escribir y optaría por los diarios, a los que dediqué varias horas de mi infancia. 

    Hasta entonces, podemos decir que como la mayoría de nosotros, estuve expuesta a condiciones favorables y otras no tanto, para aprender ciertas cosas y que en general mi paso por la escuela podría predecirse bastante ordinario y en acuerdo a lo que el sistema educativo de mi país nos ofrece.

    Entonces, la activación de ciertos de mis genes estuvo determinada por las experiencias y el contexto en el que me desarrollé. Sin embargo, hubo un factor extra que determinó y marcó mi infancia, y por lo tanto, mi aprendizaje, un gen —o quizá una predisposición— que jugó en mi contra.

    A los dos años, después de varias citas médicas que mis padres recorrieron de consultorio en consultorio, me diagnosticaron asma. Esos primeros años transcurrieron con aparente normalidad para mí, con todo el esfuerzo de mis padres y hermanos mayores por construirme una infancia feliz y aparentemente normal. Todos mis juegos eran observados y cuidados, procurando mi menor esfuerzo físico para evitar desencadenar dificultades respiratorias. Cuando ingresé a los cinco años de edad a la escuela y comencé a convivir con niños de mi edad, otro tipo de juegos llamaron mi atención. Deseaba correr por el patio de la escuela, subir y bajar de las resbaladillas, y jugar con los balones. Desafortunadamente esas actividades fueron limitadas por mis padres y maestros dadas las condiciones de mi salud. 

    Fue hasta años más tarde, que con el tratamiento y los cuidados que tuve, mi salud mejoró y ya para cuando cursaba la primaria mi condición me permitiria los juegos de los que me privé antes. Mi grupo de amigas y yo éramos como unas cabras en los patios de la escuela. Corríamos apenas escuchábamos el timbre que anunciaba el recreo y pronto nuestra energía fue encausada por el profesor de educación física a practicar juegos con reglas y a practicar deportes. Así organizamos nuestro equipo de fútbol exclusivo de niñas y vivíamos una disputa constante con los niños de los otros grupos por las canchas de juegos. Por supuesto, lo practicamos a un nivel muy novato y diría que casi inexperto. Pronto ya no solo queríamos practicar fútbol, también voleibol y basquetbol, queríamos aprenderlo y hacerlo todo. 

    Desafortunadamente en mi último año de primaria presenté una recaída y mi condición física se vio entorpecida. A la escuela apenas podía llegar caminando, dejé de practicar actividades físicas con mis amigas y tuve que optar por otras que fueran sedentarias, como leer. Ese momento definitivamente repercutió en los próximos años de mi vida. No volví a practicar deportes ni alguna otra actividad física jamás. En algún punto de mi vida ya no se debió a mi condición física, pues con los años el asma se controló y me permitió llevar una vida bastante normal, sin embargo, dentro de mi se sembró un miedo del que me curé hasta hace poco. 

    Aquel suceso marcó un trauma a tal nivel que no me sentí capaz de volver a practicar actividades físicas. Me obstruian los recuerdos y el estrés que padecí en aquellos días: las visitas regulares al médico, la incertidumbre, los medicamentos y las terribles crisis de asma. Tuve miedo de morir desde que era niña, lo tenía presente todos los días, lo veía en la cara mi mamá. Esos factores se asociaron y una manera de cuidarme fue no exponerme a actividades físicas que me exigieran tal esfuerzo que me recordase aquellos años o que me pusiera de nuevo en peligro. 

    Ahora pienso que la situación en la que me vi envuelta por mi condición médica, aun con el entorno amoroso de mis padres, no evitó que eso desencadenara situaciones de estrés que marcaron gran parte de mis años. 


    Una vuelta más 


    Hace dos años que vivo nuevamente sola en Ciudad de México; el mudarte trae consigo una especie de nuevos aires y motivación por cambiar cosas y atreverte a hacer otras. Pensé que me vendría bien hacer ejercicio, así que una buena idea fue comenzar a correr. Mi primer intento fue en compañía de una de mis mejores amigas y colega, Génesis, sin embargo, de ese intento no hubieron resultados. Aunque ambas teníamos la intención de mejorar nuestros estilos de vida, ninguna de las dos teníamos suficiente experiencia corriendo y no mantuvimos la motivación por mucho tiempo. Más tarde, por mi cuenta, intenté practicar yoga mirando videos de instructoras en Youtube, pero nuevamente mi motivación expiró en cuestión de pocas semanas. 

    En agosto pasado conecté con Alan, un amigo que conocí varios años atrás en un trabajo temporal que tuvimos como cajeros. Alan es ingeniero en telecomunicaciones, conversador apasionado, melómano, ávido lector y aficionado de los deportes. Practica ciclismo de montaña y le encanta correr; este año correrá por primera vez el maratón de la Ciudad de México. Eventualmente Alan y yo encontramos placenteras las charlas y nuestra compañía e iniciamos una relación de pareja. 

    No tardó mucho para que me invitara a salir a correr con él y así aproveché para contarle sobre mis intentos pasados. Para el día de Reyes me llevó al centro comercial a comprar unas zapatillas para correr como regalo, y aunque al principio me pareció un poco desvergonzado (¿en serio me estás diciendo que debo correr?) entendí pronto que el regalo no eran los zapatos, era que alguien estaba dispuesto a motivarme y acompañarme durante el proceso. 

    Mis primeros intentos ocurrieron en el Jardín Ramón Lopez Velarde, ubicado entre la Colonia Doctores y La Roma, un parque que tiene canchas, jardines y un circuito para correr. Alan me mostró algunos ejercicios para calentar y enfriar el cuerpo y me aseguró que correr no se trataba sólo de un ejercicio físico, sino mental. También me compartió algunos de sus tips y debo agradecer que, aunque sé que puede correr a mayores velocidades, ha corrido muchas veces a mi paso detrás o lado de mi. 

    Recuerdo una de esas primeras ocasiones que corrí. Después de calentar, en unos minutos ya estaba dando mis primeros pasos en el circuito para corredores. Mi agitación respiratoria mantenía en mí los recuerdos de porqué no hacía esto, me recordaba los ataques que sufría cuando era niña. Cuando hube terminado el primer circuito, de aproximadamente 950 metros, mi miedo se acrecentó y mis piernas se comenzaron a debilitar, pero sabía que aún podía continuar una vuelta más. Opté por una velocidad que me diera seguridad y me mantuve enfocada en el circuito. Alan tenía razón ¡esto es todo un reto mental!. Aunque comencé a disfrutar más la segunda vuelta, estaba decidida a que no me arriesgaría, correría lo que mi cuerpo (o mi mente) me permitiera. Y justo cuando estuve a punto de parar, con las piernas débiles y la respiración a tope, con una sonrisa en la cara, Alan exclamó “¡vamos, tú puedes, una más!”, entonces entendí que eso era lo que necesitaba, alguien que me acompañara y me motivara a dar una vuelta más. 

    Después de desbloquear el miedo ese día, he continuado corriendo. He podido hacerlo por mi cuenta pero el acompañamiento de mi tutor aún es necesario. Él continúa poniendome nuevos retos de resistencia (recorrer más distancias) y de velocidad. Estos brincos a la zona de desarrollo próximo, son las que continúan motivandome a correr cada vez más kilómetros. Por ejemplo, el otro domingo corrimos en el circuito dominical que se lleva a cabo en Reforma; meses atrás era imposible para mí imaginarme correr ida y regreso desde la Alameda al Museo Tamayo, ahora ese logro es mi mayor referente y fuente de motivación para salir a correr, porque sé que puedo hacer eso que creí que jamás volvería hacer. 

    He aprendido que correr no es un ejercicio exclusivamente sobre velocidad, es más, está muy lejos de serlo, pues requiere una capacidad mental y de automotivación para mantenerte concentrado y hacerle frente al dolor y los distractores, porque correr es convivir contigo mismo y sólo contigo, deberás encontrar convivir solo con tus pensamientos, que serán los que te acompañaran durante los kilómetros que habrás de correr. 


    Las fuerzas que impulsan la expresión del potencial que hay dentro de cada uno de nosotros (conclusión)

    Estoy convencida que el trauma no es el destino. Por muchos años me pensé incapaz de volver a practicar alguna actividad física, no sólo porque mi cuerpo no tenía las condiciones para hacerlo, sino porque el estrés que me desencadenó el asma, me hicieron pensar que al no hacerlo, me protegería. Como Pamela nos ilustra, los efectos del trauma fueron reversibles en mi caso, he comenzado a superar esos sentimientos y emociones y a entender que, aunque físicamente no tenga los pulmones y la condición física como para ser un maratonista de alto rendimiento, estoy motivada a continuar corriendo y hacer eso que por mucho tiempo me privé. 

    Por supuesto, sé que esto lo logré con la conexión humana. Alan, como mi tutor, me ha transmitido no sólo su conocimiento y sus tips, me comparte sus experiencias pero también su energía y motivación para que incluso en los días que saliendo del trabajo, un poco agotados, encontremos la motivación para tomar nuestros tenis y salir a correr. 

    Le sumo la confianza que él tiene en mi para creerme capaz de correr un kilómetro más, lo cual me permite trabajar en mi resistencia; el apoyo que me brinda corriendo siempre cerca de mí, me permite saberme capaz de soportar más pasos cada vez pero teniendo presente que esto es un trabajo que depende también de mi, de los días en los que yo sola asumo el compromiso por salir a correr. 

    Hoy no estoy sólo motivada a correr, el cóctel de dopamina y oxitocina que estoy experimentando y lo que aprendido durante los años que he experimentado la tutoría como educadora, y ahora como acompañante en Conafe, me mantienen con la mente abierta a la posibilidad por aprender nuevas cosas —porque más que nunca sé que tengo la capacidad para hacerlo—. Esa motivación, curiosidad, disposición biológica y creatividad, me llevaron a inscribirme al exámen de admisión del sistema abierto de la UNAM para estudiar Lengua y literaturas hispánicas. Estoy en el camino correcto descubriendo de todo lo que soy capaz y por supuesto, mostrando a los estudiantes, a las figuras educativas y a mis colegas, a través de la tutoría, que ellos también lo son. 





    Anayeli Hernández

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