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Sin Vía.

Dolbach

Jul 12, 2025

105
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...

Las horas muertas.

No sé si tuvo algo que ver. No sé si todo es simple casualidad o hay una conexión que todavía no comprendo ni sé si llegaré a comprender.

El reloj de mi hermano apareció donde no debía estar. Yo lo sé.

Éramos más bien pobres, y un reloj no era algo cotidiano. No tengo idea de cómo llegó a su poder, supongo que fue un regalo de mi abuela Natalia, siempre pendiente de que tuviéramos lo que consideraba que debíamos tener.

Me habían vacunado el día anterior. No sé de qué.

El reloj descansaba en la mesita de noche a la espera de que mi hermano lo volviera a poner en su muñeca. Todavía no me había levantado y lo vi y le eché mano. Al cogerlo me dolió el pinchazo de la vacuna y solté el reloj. Cayó al suelo y se rompió su esfera de cristal.

Mi hermano se vestía allí mismo, recién salido de la cama que compartíamos, y fue testigo de aquel trance. No se enfadó a pesar de la pérdida. Comprendió lo que había pasado y ahí acabó todo.

No supe más del reloj de pulsera verde. Hasta ese día.

Vivo en Oxton, a unos mil setecientos Kilómetros de aquella cama, de aquella mesita de noche, de aquella casa de mi infancia. Mi vivienda es pequeña pero agradable. Planta baja con jardín. Ahí, en el jardín, bajo una piedra, en una caja de lata. El reloj. Con el cristal roto y la pulsera verde. Las agujas marcando las ocho y veinte.

Vivo solo.

Esa misma noche sucedió lo de las estrellas.

En mi latitud, en ese tiempo, el sol se pone a las ocho y veinte.

Todas las constelaciones habían dejado de ser reconocibles. El cielo era nuevo. Completamente distinto al cielo que durante siglos había contemplado la humanidad.

Y eso no podía ser.

Al día siguiente llegó el aviso:

"A partir de este momento, todos los días lunes, martes y miércoles, se debe guardar un absoluto silencio".

Todos los teléfonos recibieron la notificación. Fue noticia en todos los informativos. Era jueves.

Había preocupación de sobra con lo de las estrellas y este añadido quedó enseguida un tanto desvaído. 'Sera una broma de algún pirata informático'.

Viernes, sábado y domingo, fueron dedicados a especular sobre las razones del nuevo cielo nocturno.

¿Un aviso? ¿Un mapa? ¿La evidencia de que vivimos en una realidad inducida?

El lunes comenzó a desaparecer gente.

'Una palabra tuya bastará para castigarte'.

Ese nuevo mensaje evitó que fueran muchos más los ausentes.

Todos los que no habíamos hablado decidimos sin más palabras que era necesario callarse.

Así hasta el miércoles.

Los tertulianos fueron un torrente cuando llegó el jueves.

Se había escrito durante los tres días, pero la gente había perdido la costumbre de leer y costaba mucho reconquistar la comprensión de textos.

Se extendió la idea de que lo del cielo era una especie de mapa que nos indicaba un camino y un destino. Pero no todo el mundo estaba de acuerdo. Y, ¿La orden de silencio? ¿De quién? ¿Por qué?

Y a cada intento de explicación, nuevas preguntas surgían como hormigas en el buen tiempo.

Han pasado nueve meses desde aquel inicio de todo esto.

Nos vamos acostumbrando al nuevo manto nocturno y a la orden de silencio, pero no comprendemos.

Por mi parte, y ya que a lo general puedo añadir mi particular inexplicable suceso, ando dando vueltas al reloj callado y al cielo.

Las doce al norte -ya no hay estrella polar-. Las agujas, en las ocho y veinte, coinciden con una especie de camino de estrellas...

No sé, no sé...

Dolbach.

Dolbach

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